Hoy hay que hacer la visión prospectiva de Año Nuevo. El 2004 va a ser sustancialmente de las elecciones generales de marzo, ante lo que palidece la ampliación de la Unión Europea a 25 miembros, que ha de producirse el primero de mayo. Vamos a llegar a esos comicios tras cuatro años de mayoría absoluta del Gobierno del PP, que poco a poco ha ido aislándose en su propio caldo de cultivo de tal mayoría parlamentaria, ganándose incluso el rechazo de la otrora aliada CiU. El 2004 comienza con un Gobierno atrincherado en sus dogmas y en sus obsesiones no se sabe en qué medida y sin que el relevo en la cúpula del PP haya introducido cambios visibles en el talante general de la clase gobernante. La obsesión más electoralista promete que seguirá siendo la arbitraria y maligna distribución de los espacios de la lealtad y la deslealtad a España o a su cohesión e incluso su unidad. Al final, demonizar a todos los demás, tal vez salvando a los cuatro diputados de Coalición Canaria.

Las elecciones serán la gran confrontación entre el PP y todos los demás, empezando por el PSOE. El escenario dramático del enfrentamiento entre Mariano Rajoy y Rodríguez Zapatero básicamente. Las perspectivas que se abren son muy excitantes y el desenlace puede ser o la continuidad de este desasosiego o el cambio capaz de devolver a este país los espacios de libertad perdidos y el rescate del alma popular secuestrada entre gritos amenazadores y obsesiones con color y sabor del pasado. Nos han llevado a una situación que obstaculiza los términos medios, la libre alegría de vivir sin miedos y el disfrute de lo ganado en los primeros 20 años de democracia. El 2004 se abre como una esperanza temblorosa que puede tornarse en una realidad venturosa o en una decepción quién sabe si irreversible. Es lo terrible que tiene la mirada al inmediato futuro, un arcano de incertidumbres, temores y esperanzas. Una combinación de sentimientos que nos mantendrá en vilo, en vigilia y en alerta permanente.

*Periodista