Quedaron muy atrás las festividades navideñas y lejos su algodón de nubes y rituales. Frases hechas, obligadas reuniones de familia en las que muchas veces la apariencia sustituye al aprecio y la sinceridad.

Acaso entonces, algunos se hayan acordado de sus padres ancianos aparcados en residencias y estos hayan recibido una visita o incluso un plato en la mesa de la casa y su pronta devolución al hogar social donde llevan tiempo. Eso, los que han tenido suerte...

Vuelve para ellos, y sigue para los más arrinconados, el tedio del paso del tiempo sin actividades ni salidas fuera de esa residencia. Impresiona ver la abundancia de tacatacas por los pasillos y que, al subirse al ascensor, los turnos generen grandes colas.

Esos artificios son su apoyo físico, mientras que carecen de cualquier bastón que les haga mantener en pie una sonrisa. Sus parientes, fundamentalmente sus hijos y nietos, volverán a no molestarlos y no acudirán de visita. Esos fueron los hijos que ellos y ellas criaron, mantuvieron, alimentaron, educaron; se sacrificaron por ellos, pero ya muy mayores, y a veces con enfermedades, son colocados allí, donde apenas reciben -en bastantes casos- visitas de aquellos a los que siendo niños y jóvenes todo dieron.

Es esta la nuestra una sociedad cada vez más egoísta, sin tiempo para uno como para tenerlo para los demás, aunque sean nuestros padres o abuelos que, aislados, ven limitada su relación a aquellos otros con los que comparten aparcamiento.

Pero, eso sí, reaparecerán tras la muerte y acudirán a la lectura del testamento. ¡Ojalá encuentren una sorpresa entonces! El derecho español es de gran rigidez al ordenar que dos terceras partes de los bienes pasen necesariamente a los descendientes a través del denominado sistema de legítimas.

Las causas legales de desheredación son escasísimas y por hechos gravísimos como haber atentado contra la vida del testador. Sigue pendiente abordar una profunda reforma legal que flexibilice y racionalice el destino de la herencia. Así lo tienen en Navarra, con amplia libertad, y desde hace poco en Euskadi, pero no la gran mayoría de los españoles.

Sin embargo, el Tribunal Supremo recientemente ha ido modulando estas causas mediante una interpretación más lógica y amplia de lo que es maltrato, incluyendo el psicológico, que abarca conductas como el abandono y la ingratitud.

Ya hay sentencias que permiten a aquellas personas que padecen estos comportamientos de sus hijos para que puedan desheredar con éxito a los que no correspondieron a lo recibido por sus padres. Además del sufrimiento que padecen, se une el hecho de que creen con error que es irremediable que, además, esos ingratos o maltratadores psicológicos no tengan que penar por su egoísmo e injusticia.

Ánimo, pues, a los que se vean en esa situación. Acudan a un notario que les asesore y vea factible que a esos hijos con lágrimas, esas lágrimas de cocodrilo, reciban el trato que merecen los llamados legitimarios que han actuado de modo ilegítimo.

*Abogado del Estado