Aunque los políticos se hayan empeñado en hablar sobre todo de problemas internos, la principal incógnita que deben resolver las elecciones europeas es la orientación de la política económica de la UE. Por primera vez, los partidos de diferentes países asociados por su ideología presentan candidatos a presidir la Comisión Europea (CE), con dos favoritos: en la derecha, el luxemburgués Jean-Claude Juncker, y, en la izquierda, el alemán Martin Schulz.

Es verdad que los tratados europeos no obligan a designar a ninguno de los candidatos que se presentan para ocupar la presidencia, pero sería un escándalo que no se cumpliera la regla democrática. Lo lógico es que el vencedor sea el elegido y, si no hay una mayoría clara, entraría en liza un tercero, pero siempre debería ser de entre los candidatos.

Del presidente de la CE y de la mayoría en el Europarlamento dependerá en alguna medida --aunque no totalmente, ya que los gobiernos nacionales no cambian-- el rumbo de la política económica europea: insistir en el error del austericidio o combinar los ajustes con medidas de impulso al crecimiento y a la creación de empleo. Unas decisiones que si bien podrían pesar sobre todos los países miembros, la disparidad de situaciones económicas y sociales con las que afrontan la crisis, influiría en mayor medida sobre los países del sur y, especialmente, en España con una de las mayores tasas de paro de la Unión.

HEGEMONÍA O QUIEBRA BIPARTIDISTA

La segunda incógnita atañe a la hegemonía del Partido Popular o del Partido Socialista Obrero Español en España y a la consolidación o la quiebra del bipartidismo. Los dos grandes partidos llegan empatados a las urnas, que decidirán si validan o castigan los recortes de Mariano Rajoy y el machismo de Arias Cañete y su campaña rabiosamente antisocialista o absuelven al PSOE de su pasado reciente y le conceden de nuevo garantía de alternativa. Las elecciones aclararán también si la emergencia de partidos pequeños es real o está aún inmadura.

Tanto esta cuestión como la importancia creciente del Parlamento Europeo deberían llevar hoy a los ciudadanos a las urnas, aunque, desgraciadamente, la participación en toda Europa desciende desde las primeras elecciones celebradas en 1979 (62% entonces frente al 43% en el 2009), con España situada ligeramente aún por encima de la media (44,9%).