Mediante un auto salomónico, que no da totalmente la razón al recurso del Gobierno, pero que avala sus objetivos últimos; el Tribunal Constitucional acaba de dar al traste con cualquier intento tramposo del expresident Puigdemont de colarse en la cámara legislativa catalana para ser reinvestido. No parece necesario ya seguir vigilando el paso fronterizo de La Junquera ni remover el lodo de las alcantarillas próximas al parque de la Ciudadela ni patrullar las calles del zoo barcelonés, tan próximo al Parlament. En cualquier país democrático, la simple interpretación y aplicación de la ley hace innecesarias la persecución personal y la brutal represión.

El increíble hombre menguante es una película de ciencia ficción de 1957. Muchos de ustedes la recordarán. Tras verse sometido a la acción de una misteriosa nube radioactiva, el protagonista, de forma inexplicable para la ciencia, empieza a encogerse progresivamente hasta límites inimaginables. Llega un momento en que el mundo en el que había vivido y que le era cotidiano se convierte en un territorio hostil que le expulsa a la nada y a la inexistencia de modo inapelable.

Como individuos, tendemos a creer que los accidentes nunca nos ocurrirán a nosotros y que los fenómenos extraños son algo a lo que nunca nos veremos expuestos. Como sociedad, pensamos ingenuamente que el odio y la guerra son anomalías propias de lejanos países mucho menos civilizados que el nuestro.

En España tenemos cierta propensión primitiva al enconamiento de las posiciones. Hace ahora 80 años estábamos enfrascados en la mayor tragedia de nuestra historia reciente, producto de esa afición irrefrenable a considerar enemigo al que opina de otro modo. No mucho tiempo después, Europa entera se parecía más a un infierno que al imperfecto paraíso en que se ha convertido después.

Parece que nadie tuvo presente a Michel de Montaigne ni en la España ni en la Europa de la primera mitad del siglo XX. En los últimos seis años, tampoco nadie parece haber evocado en Cataluña estas sabias palabras del ensayista francés del Renacimiento: «Cuando me llevan la contraria, despiertan mi atención, no mi cólera. Me acerco a quien me contradice porque me instruye. La causa de la verdad debería ser la causa común de uno y otro».

De haberlo hecho, seguramente ni se me habría pasado por la imaginación asociar mentalmente al último president de la Generalitat de Cataluña con el protagonista de una película de ciencia ficción de 1957.

Carles Puigdemont es un increíble hombre menguante, expulsado por su propia acción de Cataluña y condenado a una progresiva reducción política que le acercará inexorablemente a la nada. El devenir de un insensato procés le ha obligado a mudarse de la acogedora y cálida Cataluña a la lluviosa Bruselas, con el magro consuelo de alguna esporádica e infeliz excursión a la aún más fría Copenhague. Por si no estaba suficientemente claro, el Tribunal Constitucional ha venido a recordarle su condición de prófugo de la justicia y las consecuencias de su regreso a casa.

En paralelo, el numerosísimo colectivo integrado por los catalanes que reclaman su derecho a no decidir, ha pasado de vivir en una de las más prósperas regiones de España, a resistir en un territorio hostil que antes no lo era. La acción irresponsable de los mismos que han condenado a Puigdemont al exilio, ha producido en más de la mitad de los residentes en Cataluña un efecto similar al que aquella extraña nube produjo en el protagonista de El increíble hombre menguante. En la película, un mundo amable y acogedor se vuelve terrible y amenazador para quien ha visto reducido su tamaño de forma drástica. En la Cataluña de hoy, el proceso es el inverso, pero con idéntico resultado: una parte importantísima de sus ciudadanos observa con perplejidad cómo, sin haber ellos cambiado en absoluto, su espacio vital se ha ido encogiendo y estrechando cada vez más, hasta hacerles tener la sensación de que el que había sido su hogar parece haber dejado de serlo.

El nacionalismo excluyente es la enfermedad que explica lo que algunos pretenden hacer pasar por fenómeno paranormal. Hasta ahora, no se ha producido ningún accidente lo suficientemente grave como para elevar el tono de la controversia hasta convertirla en enfrentamiento social abierto, pero la incredulidad con que contemplamos los fenómenos extraños, el odio, los accidentes y la guerra puede hacer que bajemos la guardia y no estemos atentos a las señales de alerta que nos avisan de su proximidad.

*Escritor