Es patético ver sacar pecho a Rajoy ante los logros económicos de su Gobierno sin dedicar la más mínima compasión a los millones de víctimas que se han quedado en el camino de esos virtuales buenos resultados. Y resulta indecente ver con qué desdén rechaza hablar del récord español que tanto preocupa en la UE: la pobreza infantil que afecta ya a uno de cada tres niños españoles, más de 2.800.000. Dijo que no, que no se debe utilizar el drama de la pobreza infantil en el debate político, porque en las Cortes se está para hablar de los problemas de los españoles. Así, con dos cojones, eludió tratar de la mayor regresión de los derechos humanos en nuestro país, pues los niños que crecen en un entorno de pobreza o situación de exclusión no desarrollarán sus plenas capacidades en la escuela ni gozarán de buena salud, según alerta la ONU. Es decir, que aunque no les falte un bocadillo de mortadela, la situación de desamparo en la que viven limita el pleno desarrollo de sus capacidades físicas y mentales. Y luego ves cómo le aplaude la ministra de Sanidad y Asuntos Sociales, la que no pagó los cumpleaños, las comuniones, los campamentos en el extranjero y los viajes a Eurodisney de sus niños porque una banda de corruptos, presuntamente, los invitó a todo, y te dan ganas de borrarte del censo. Porque a muchísimos españoles que, por lo que se ve, no entramos en el ranking patriótico del presidente, nos preocupan los niños excluidos muchísimo más que un óvulo fecundado que no llegará a término. Periodista