Con más vísceras que argumentos, con más falacias que razones y con más ocurrencias que ideas, unos (los independentistas pancatalanistas) y otros (los nacionalistas panespañolistas) andan a la gresca por la independencia, o no, de Cataluña.

Puigdemont, Oriol Junqueras y otros independentistas de viejo y nuevo cuño traen a colación planteamientos tan peregrinos como el «Derecho Internacional a la autodeterminación de los pueblos», aprobado por Naciones Unidas, al que apela el secretario general de Esquerra Republicana para defender el derecho a decidir. Pero Oriol no dice que ese derecho se aprobó para territorios coloniales con respecto a su metrópolis, que no es el caso de Cataluña.

Por su parte, los nacionalistas panespañolistas atrincherados en los despachos oficiales y en algunas tertulias periodísticas de Madrid aluden a que la mayoría de catalanes ya se posicionó del lado de la Constitución, pues votaron a favor el 90% de los electores. Pero olvidan añadir que eso ocurrió en diciembre de 1978, hace casi cuarenta años, cuando la mitad de la población española actual ni siquiera había nacido.

Los ahora furibundos constitucionalistas, algunos de ellos reconvertidos a la democracia y a la propia Constitución en las últimas décadas, aseveran que la ley de leyes es poco menos que inmutable, y añaden que para cambiarla sería necesaria la aprobación por todos los españoles. Ocultan que en el año 2011 los representantes del pueblo soberano cambiaron el artículo 135 de la Constitución; lo hicieron tras una breve conversación telefónica entre Rodríguez Zapatero y Rajoy, y en una sola tarde. Aquel día la voluntad del pueblo soberano se la trajo al pairo. Ese cambio primó el pago de la deuda pública sobre otras cuestiones de interés social, merced al pacto entre el PSOE y el PP y mediante procedimiento ordinario, que no necesita un referéndum. Por si no lo recuerdan, la redacción del nuevo artículo 135 dice esto: «Todas las Administraciones Públicas adecuarán sus actuaciones al principio de estabilidad presupuestaria», aunque añadía que ese límite se puede superar en casos extraordinarios como «catástrofes naturales o situaciones de emergencia».Creo que es mejor ser «kosmopolites» («ciudadano del mundo», como se declaraba el filósofo cínico Diógenes de Sinope), y europeo, español y catalán a la vez, sin exclusiones, que sólo catalán o sólo sueco. Porque el nacionalismo es egoísta, excluyente y rancio; el pancatalanista por supuesto, pero el panespañolista también.

*Escritor e e historiador