«Para que la violencia llegue desde lo marginal al centro se tienen que cumplir dos condiciones: se deben socavar los tabúes contra la violencia y las fuerzas del orden se deben debilitar», ha escrito Nick Cohen.

Cohen se refería al Partido Conservador Británico, pero se puede aplicar a Cataluña. El independentismo ha socavado las fuerzas del orden, en su relación con el Estado y sus cuerpos de seguridad y también a nivel autonómico. Además, en el procés la lógica de la sobrepuja de las fuerzas nacionalistas benefició a los extremistas.

Aun así, resulta asombrosa la postura del independentismo, cuando se cumplen dos años del referéndum ilegal del 1-O y está a punto a salir la sentencia del juicio en el Tribunal Supremo. El secesionismo siempre se ha presentado como un movimiento pacífico. Una de sus fortalezas era el rechazo a la violencia. Pero, como señala Xavier Vidal-Folch, algunos de sus dirigentes flirtean con activistas violentos. El condenado por asesinato Carles Sastre era celebrado en TV3 e invitado por Torra en acto solemne. Puigdemont y Torra han recibido a Otegui. Boye, abogado del prófugo, fue condenado por su implicación en el secuestro del empresario Revilla. Torra pidió a los CDR que «apretaran». Estos días, hemos visto al Parlament y al presidente de la Generalitat clamar por la inocencia de siete acusados de tenencia de explosivos. Torra acusó a España de pretender vincular independentismo y violencia. En realidad, son él y los suyos los que lo han hecho, al condenar sin datos las detenciones y al convertir a los acusados en un símbolo de la causa. Los líderes independentistas podrían haber rechazado la violencia y a la vez defender la presunción de inocencia y exigir rigor en la investigación. Han preferido equiparar a los detenidos con los políticos y activistas en prisión preventiva o en fuga. Algunos (no solo secesonistas) parecen pensar que los independentistas catalanes no pueden ser violentos, por alguna imposibilidad metafísica. Y, como ha escrito el magistrado Miguel Pasquau Liaño, se diría que hay un sector con representación institucional que cree que una explosión por la causa, sin muertos, es disculpable.

No sorprende que la combinación de transgresión orquestada desde las instituciones, victimismo narcisista y frustración desemboque en algún tipo de violencia. No es un símbolo de la fuerza del secesionismo, sino de su debilidad, mientras que las reacciones irresponsables de algunos líderes señalan una bancarrota moral. H @gascondaniel