Si el asunto del bar Faisán fue un chivatazo a ETA, ¿cómo calificaríamos el hecho de que la última redada contra dicha organización fuese comunicada por el Ministerio del Interior una hora antes de que se pusiera en marcha? Según la vicepresidenta Soraya, en el primer caso hubo una sucia maniobra política consecuencia de la negociación de Zapatero (y Rubalcaba) con los terroristas, mientras que el segundo es la desdichada aunque inocente consecuencia de un fallo humano. Pero no sé si esta explicación resulta tranquilizadora. Cualquiera preferiría mil veces un mando policial eficiente capaz de manejar con criterio político el tempo de sus acciones (los etarras del Faisán fueron detenidos poco después), que otro cuyo despiste e ineficacia permitan a los malos prevenirse contra un operativo que debía cogerles por sorpresa. Véase, si no, cómo los resultados obtenidos por gobiernos socialistas en la lucha contra ETA a lo largo de los últimos veinte años han sido muy superiores a los logrados por ejecutivos del PP.

Las cosas son lo que parecen, aunque en este país resulta demasiado fácil enterrar las evidencias bajo el peso de la retórica emocional. Resulta muy perturbador el hecho de que los jueces encargados de instruir causas peliagudas (y siempre lo son si afectan a los privilegiados de siempre) han nadado contra corriente, fuesen frikis, estrellas u obsesos. Desde Garzón a Castro, pasando por Ruz o Pedraz, o el famoso Elpidio, todos han sido objeto de críticas feroces o apartados de sus funciones. Y sin embargo, los casos que han investigado (Gürtel, Bárcenas-caja B del PP, Urdangarín y señora y las trapalas del banquero Blesa) tienen fundamento y tema por un tubo.

Nunca se habían producido tantas injerencias del Ejecutivo en la Agencia Tributaria, la Fiscalía, la Unidad de Delitos Económicos o los organismos reguladores. Pero es que nunca, nunca jamás (y permitan que acerque el foco a nuestra más próxima realidad), te habían dado un trocito de papel en vez de gasa al sacarte sangre para un análisis. Dirán ustedes lo que quieran, pero éstos de ahora no son como aquellos de antes. Son mucho peores.