Existe un visión populista y confusa de las cosas que pretende acabar con la política de sobrecostes por el procedimiento de someter las instituciones públicas al low cost (lo pongo en inglés porque se evoca mejor el concepto). Así pasaremos de una gestión carísima, mediocre y escaparatista pero con algún resultado conveniente, a otra supuestamente barata, asocial y de nefastos resultados. En última instancia, y si nos ceñimos al principio de que economizar no es gastar poco ni mucho sino saberlo gastar, resultará que lo barato acabará saliéndonos aún más caro. La privatización a tutiplén trasladará las decisiones que más influyen en nuestras vidas de los parlamentos y concejos electos a los herméticos consejos de administración de las grandes contratistas y concesionarias. La calidad de los servicios caerá en picado (como ya ocurre). Valiente arreglo.

Hay gente muy infeliz (o muy fascista) que pretende resolver la crisis por el simple procedimiento de acabar con la vida política del país o someterla a un régimen de anorexia y miseria. Personas que aplauden la demencial medida de dejar sin dedicación exclusiva (o sea, sin sueldo fijo) a concejales de Zaragoza con responsabilidad en el gobierno (o en la oposición, que también es crucial), como si una ciudad de 700.000 habitantes pudiera manejarse en los ratos libres. No se reflexiona sobre la importancia de elegir representantes cualificados, dinámicos y honestos a los que retribuir adecuadamente. Más bien se pretende (con estúpida ingenuidad o mala fe manifiesta) sustituir el actual e insatisfactorio modelo de político profesional por otro cuya mayor virtud radique en no cobrar o conformarse con un sueldo en línea con el (injusto) salario mínimo. Lo que nos faltaba. ¿No nos hemos enterado de que el low cost suele ser una mierda, rentable solo para los que manejan el negocio?

Mientras, en los despachos donde se aloja hoy el verdadero poder, altos ejecutivos con sueldos millonarios se ríen de la política. El low cost no les afecta. Pero están encantados de aplicárselo a la mayoría social. En eso, precisamente, consiste la crisis.