Pasó el décimo aniversario del 11-M, y esta vez los actos en memoria de las víctimas tuvieron el propósito de reunir (hasta cierto punto) a todas las asociaciones que las agrupan. También conservadores y socialistas compartieron bancos en el funeral que ofició Rouco Varela. A la vista de tanta buena voluntad, los optimistas anunciaron que el mayor atentado terrorista de nuestra Historia ha dejado de ser objeto de feroz polémica. Sin embargo, María Dolores de Cospedal ha precisado que "lo mejor de este asunto es que se conozca la verdad". Y por amarrar mejor el tema, la que el 11 de marzo del 2004 era subsecretaria del Ministerio del Interior (nada menos) remachó en la incógnita: "No hay que cerrar la puerta a nada". En el mismo sentido se pronunció la presidenta de la AVT. En las TDT Party algunos fueron más lejos y reclamaron iniciar una investigación de los ataques "desde el principio". O sea, que la mentira sobrevive, a despecho de investigaciones, de sentencias y de que el paso del tiempo ha ido completando el puzzle hasta detectar a los jefes yihadistas que un día decidieron (en el lejano Pakistán) someter a España a la venganza de los muyaidines. Ni el mismísimo Pedro J. Ramírez cree ya en la participación (por activa o pasiva) de ETA ni en las extrañas conspiraciones que sugirió desde su diario. Pero...

Así que, una vez más, es preciso reconciliarse en seco. Sin que ninguno de los falsarios (los que, gobernando aquel triste día 11, quisieron sacar rédito electoral de la tragedia) pida disculpas, sin que las víctimas reciban las explicaciones que merecen y dejen de ser manipuladas, sin dejar de sostener la tesis de que aún no sabemos todo lo que sucedió, sin rehabilitar como corresponde a los policías que hicieron su trabajo y por ello fueron linchados en efigie por los medios de la derecha. Estamos repitiendo otras jugadas anteriores. Por decoro, por principios y por intentar cerrar heridas, los demócratas de corazón se obligan al consenso, mientras los herederos del viejo impulso reaccionario fingen centrarse sin renunciar a nada y sin enmendar sus más aparatosos yerros. Hay gente que siempre gana.