Sí, seguro que la derecha sabe lo que quiere. Aplica su programa máximo, desarrolla su imaginario desigual y promueve sin pudor los intereses de la élite extractiva. Sin embargo, el variopinto centro-izquierda apenas logra defenderse mientras se hunde en la decadencia y es desbordado por los paradigmas de la posmodernidad.

Una doble visión obnubila a quienes se amparan tras etiquetas que un día fueron progresistas. Por una parte, los profesionales defienden por encima de todo su cargo, sus ambiciones o su ubicación junto a los botes salvavidas en medio de la muchedumbre que se agolpa en la cubierta del barco que zozobra (el Titanic socialista, por ejemplo). Por otra, viejas referencias promueven la pluralidad (¿atomización?) de una izquierda que se define tardoleninista, tardotroskista, tardomaoísta, anorcocomunista, socialdemócrata radical, verde, rojiverde, quincemayista, digital, clásica, posmoderna... o nacionalista centrífuga. Y no crean que cada uno de esos compartimentos es único y cerrado. ¡Qué va! La izquierda nacionalista aragonesa, sin ir más lejos, puede desplegarse desde la oficial CHA, con su soberanismo soft de andar por casa, hasta el alternativo Puyalón de Cuchas y su increíble independentismo hard. Todo lo cual resultaría emocionante y atractivo, si no fuese porque, a la hora de la verdad, los portavoces de tales etiquetas pronuncian idénticos discursos contra la Troika, el neoconservadurismo y la hegemonía del capital financiero. ¡También Rubalcaba!

Cae la que está cayendo y el PSOE mete a José Blanco en su candidatura a las europeas. IU implosiona en su feudo de Rivas-Vaciamadrid. Los radicales y los innovadores juegan con el simplismo conceptual o las maravillas informáticas. La división ya no tiene que ver con la táctica y estrategia (como hace un siglo) ni con las disgresiones filosóficas (como hace 50 años), sino con los personalismos, la vanidad y los sueldos.

La derecha hace la revolución. La izquierda se recrea en la derrota. Arruinada por sus profesionales, la política deja paso al poder del dinero, el glamour y la tecnología. Pura realidad.