Es curioso que diferentes colaboradores habituales de este diario vengamos a insistir (sin ningún tipo de acuerdo o puesta en común previa) en que las izquierdas aragonesas y las izquierdas españolas en general deben confluir de alguna manera en una sola propuesta electoral capaz de jugar de una vez en el tapete del poder. Es de sentido común, por más que los consabidos particularismos, sectarismos y personalismos empujen en sentido contrario. Y por favor, no volvamos con el tema del programa, el contenido y demás. No después de ver cómo en los debates cruciales cada portavoz de las marcas progresistas sube a la tribuna de oradores para decir cosas muy parecidas, a veces calcadas.

Es cierto que a la compleja personalidad ideológica de las izquierdas se suma ahora la adscripción nacionalista de parte de ellas en diversos territorios, en contraposición a las que pretenden mantener su actividad a escala de la cosa que solemos (mal) llamar Estado español. Esa diferencia ya perjudica en estos momentos la contestación política al Gobierno presidido por Rajoy (véase la casi ausencia de vascos y catalanes en las Marchas de la Dignidad). Pero resulta inaudito que esta y otras fracturas aún más rebuscadas se produzcan justo en este momento, cuando la contrarrevolución conservadora y los intereses del capital financiero (banqueros, especuladores, grandes accionistas, altos capos de las organizaciones criminales) barren Europa y el mundo de punta a cabo. O sea, cuando las diferencias sociales se agudizan, la respuesta popular languidece y el modelo europeo con sus altos niveles de inversión social y redistribución de la riqueza se está yendo a la mierda. Es absurdo.

No sé si las europeas que vienen, con las izquierdas estupendamente atomizadas, servirán como un test orientativo de cara a futuras convergencias. Pero no puedo por menos que acordarme de aquella sopa de letras de los años 70, todos tan íntegros y propios, tan exclusivos y grupusculares (crepusculares, decía un amigo mío)... y tan fracasados cuando llegó el momento de las urnas. Y hoy nos quejamos de la Transición.