Por lo visto, la democracia española no ha madurado. O lo ha hecho de una manera torcida y viciada. No quiero decir con esto ni que la Transición fuese un desastre (fue lo único que podía ser) ni que el 78 no alumbrase un Estado de Derecho bastante razonable. El problema ha venido luego. Y al final hemos acabado empantanados en un maldito laberinto. No hay más que ver la extraña y tensa manera en que se está produciendo el real relevo, mediante una operación improvisada, acelerada por el temor al futuro y presentada con unos argumentarios setentistas que hacen dudar de la salud del régimen. Si casi 40 años después de la muerte de Franco aún es necesario trascendentalizar de esta manera la abdicación de Juan Carlos I, es que los señores del sistema no las tienen todas consigo.

Desde la irrupción de Podemos y el avance de IU en las últimas europeas, portavoces y medios conservadores no paran de alertarnos contra los antisistema. En esa línea, quienes anteayer tronaban contra Rubalcaba, echándole encima faisanes y traiciones imperdonables, hoy alaban el sentido de Estado del todavía jefe del PSOE y le aprueban con nota su reválida monárquica. Simultáneamente, Pablo Iglesias concita los ataques más desmesurados. El republicanismo vuelve a ser demonizado con delirantes argumentos. El pavor que provoca el derecho a decidir aflora en unos discursos que recuerdan a los de Fraga en el 76.

¿Antisistema? Por favor... A estas alturas, la izquierda (la clásica y la nueva) ni aspira a revolución alguna ni podría, en caso contrario, ganar apoyo electoral. Este sistema tiene dentro a sus peores enemigos. Es la incapacidad de las élites para dirigir la política y la economía de este país, lo que pone en cuestión la viabilidad del régimen. Y asimismo la corrupción, la arbitrariedad, la cooptación endogámica de la burocracia dirigente, la marginación de los jóvenes y de millones de personas condenadas a una pobreza sin retorno, el derrumbamiento de las clases medias... Todo ello ha convertido a este sistema en una amenaza. La ciudadanía, alarmada y desengañada, solo intenta defenderse.