La opinión pública se forma hoy al margen de los mecanismos de comunicación convencionales. Por eso el chaparrón monárquico acabará resultando contraproducente para los intereses de la Corona. Los grandes medios (o la mayoría de ellos) se esfuerzan por transmitir una visión hagiográfica y magnífica del Rey que se va y del Rey que se viene; pero, de manera simultánea, las redes sociales e internet en general hablan sin autocensura alguna de Corinna y los regios negocios de Juan Carlos. La gente está de vuelta. El monarca español ha sido intocable, inimputable y por tanto impune mientras se ha sentado en el trono. Y los expertos aseguran que esa intangibilidad de su persona y sus actos ha de tener efectos retroactivos. Además lo aforarán. Habiendo ya diez mil aforados, uno más ni se ha de notar. ¿Creen ustedes que todo esto beneficia el advenimiento de Felipe VI (V de Aragón, VIII de Navarra, puntualizan los aficionados a estas cosas)? Pues me parece que no. Porque la realidad ya no se percibe a través de las fuentes oficiales. Hay otras fuentes y por tanto otras realidades.

El debate sobre monarquía o república aburre. A los jóvenes españoles que se ven abocados al paro o a trabajos mal pagados, eso de que alguien ocupe un alto cargo institucional por ser hijo de su padre no acaba de convencerles. Los alegatos históricos al respecto, tampoco. Decirle a un español con cierta formación e información que aquí las repúblicas (bueno, las dos que hubo) siempre acabaron mal, o que la Transición tuvo el único desenlace posible (y conste que eso también lo suscribo yo), no le hará admitir sin más la lógica-ilógica de un modelo de estado obviamente anacrónico. En el siglo XXI, la hegemonía de los reaccionarios (que impidieron a este país realizar avances políticos y sociales propios de la Edad Contemporánea) ya no asusta a quienes ven la democracia como una situación natural. Las circunstancias que hace cuarenta años determinaron los límites de la Constitución del 78 no gravitan sobre el momento actual. Y ése es, precisamente, el mejor y mayor logro del proceso iniciado entonces.