Estos días oigo intensos debates sobre el Mundial de Brasil, evento que ha perdido definitivamente su estado de beatitud social. Los partidarios de invertir miles y miles de millones en alienar a las neomasas mediante este clímax emocional a escala planetaria aseguran que tal inversión genera por sí misma desarrollo y riqueza. De eso no tengo ninguna duda. El problema es que tal desarrollo y tal riqueza se la quedan los buitres que controlan el meollo del negocio: constructoras, concesionarios, contratas, altos directivos, estrellas del balompié, intermediarios, piratas, asesores fiscales y políticos... Ese del fútbol profesional es un negocio ruinoso en términos generales pero muy lucrativo para quienes actúan en lo relativo. En cuanto al común de los brasileros, tal vez pillen un sueldo de albañil o camarero, o se curren el sexo mercenario y las drogas ilegales, pero nada más.

Y que nadie se tome a mal lo de las putas y los camellos. Ya se ha hecho oficial que España va a recalcular el Producto Interior Bruto (PIB) metiendo en la cuenta las actividades criminales. No es un invento de Guindos o de Montoro, sino del mismísimo Eurostat. Se estimará cuánta pasta mueven nuestros bajos instintos (que es bastante) y de esta forma el PIB crecerá por arte de magia, la crisis quedará más lejos, la deuda pública (que sigue subiendo como un suflé) asustará menos y, puestos a fantasear, la intermediación española en las grandes ventas de farlopa colombiana y costo marroquí a los mercados centroeuropeos igual nos apaña la balanza comercial, que vuelve al déficit.

Las cifras son las cifras. Felipe VI quiere colarse de rondón, sin grandes alharacas, para no arriesgarse a perder puntos en la estimación ciudadana. Susana Díaz se queda en Andalucía porque se teme que el PSOE acabe siendo un partido sureño, con terminales cada vez más débiles en el resto de España. Nuestra Cámara de Cuentas alucina con la deuda acumulada por las sociedades públicas aragonesas: 238 millones solo en 2010-11. Pérdidas a la cuenta del contribuyente, no a la de quienes untaron en esa manteca. Como en Brasil, oye.