Con primarias o más bien sin primarias, los cabeza de cartel para las próximas autonómicas y municipales van asomándose poco a poco. La confección de las candidaturas tiene esta vez más morbo y va a ser más complicada y tensa. Ninguna fuerza política tiene una idea muy clara de sus posibilidades reales, y los puestos de salir seguro serán menos que nunca. PP y PSOE hacen cuentas: no podrán garantizar un escaño en las Cortes o una concejalía en las capitales (o en los pueblos) a quienes no ocupen las primeras plazas en las listas. CHA y PAR ven, además, cómo la tensión territorial que vive España les está dejando sin espacio, pinzados por el órdago catalán y el cerrojazo español.

Así que todos los candidatos con afán de merecer se miran de reojo. Retorcidos pactos previos determinarán la ubicación de cada cual. El otro día, a un edil zaragozano le advertía uno de su partido que en mayo a lo peor no conseguían más de cuatro concejales. "Bueno --replicó el aludido--, de lo que se trata es de ser uno de ellos". El sálvese quien pueda resuena por todas las tripas del sistema. Y el último, que apague la luz.

Han causado cierta sensación en los ambientes conservadores unas declaraciones hechas en 13TV (Cope) por el que fue presidente de Alianza Popular, Hernández Mancha. Su tesis (que encantó a la parroquia) es que el PP seguirá mandando en la mayoría de las instituciones porque, a la hora de la verdad, el personal tendrá canguelo (el voto del miedo, dijo textualmente) y se aferrará a lo conocido. Las generales marcarán el ritmo definitivo del nuevo juego: Rajoy volverá a ser el más votado y aunque no obtenga mayoría absoluta contará finalmente con el apoyo parlamentario del PSOE. "¿Y por qué no una gran coalición --agregó-- si a los socialistas les ofrecen... pongamos que tres ministerios?".

Así están las cosas. Cada cual mira por lo suyo o se refugia en un cínico pragmatismo, en el recurso al chantaje. El tinglado político se ha derrumbado. Sus tradicionales beneficiarios solo aspiran a repartirse los escombros. Luego, que sea lo que los dioses quieran. O ya saben qué.