Todos conocemos más o menos, que fueron hombres como Magallanes y Elcano, los primeros en constatar prácticamente la redondez de la tierra. A partir del primer viaje de circunnavegación del orbe, los geógrafos de gabinete dieron por cierto que existía un continente que bautizaron sobre el papel como Terra Australis, empleando un fundamento que debió parecerles irrefutable: la Tierra de Fuego anunciaba sin duda, el imaginado continente.

La hipótesis de aquellos geógrafos se fundaba en una creencia que hoy parece infantil: en el Hemisferio sur tenía que existir, forzosamente, una masa de tierra que equivaliera a la del Hemisferio norte. Los geógrafos se equivocaron.

La febril búsqueda de aquella terra incógnita solo sirvió para acreditar lo contrario; nadie logró dar con el continente imaginado aunque algunos dieron con retales de lo soñado, como la tierra que recibiría el nombre de Australia. Cuantos se ocuparon de dar con el supuesto continente y consiguieron volver, fueron acreditando lo contrario de lo que ansiaron haber probado: el "Antártico" no existía y según leo, eso fue comprobándose por algunos expertos navegantes de aquel tiempo: al sur de Tierra de Fuego sólo se topaba con la mar abierta y hostil.

Cook, hombre disciplinado y disciplinador, emprendió su segundo viaje a aquellas "tierras" con la encomienda de deslindar por así decirlo, lo que quedara por descubrir del continente austral y un hombre puntilloso como era, se vio reducido a la doliente tarea de ir tachando de los mapas que le dieron, la silueta del continente fantasma que los peritos de tierra creían existente.

Cook aun tuvo arrestos para aproximarse a otro continente, éste real que jamás pudo pisar, el que llamamos ahora la Antártida; pero la masa de hielo que le cerraba el paso le impidió seguir, haciéndole regresar a Inglaterra con esa decepción y sin embargo, con un mérito excepcional como fue el de volver sin sufrir la pérdida ni de un solo tripulante por causa del escorbuto que en aquel tiempo, era un mal que diezmaba todas las expediciones marítimas.

Se ha dicho con relativa justicia, que Cook había descubierto un continente que entonces no estaba en los mapas, la Antártida, y que también descubrió que debía suprimirse de aquellos la mayor parte de otro continente que nunca existió. Antes de todo eso, en 1603, Gabriel de Castilla atisbó la Antártida desde un barco, y como después le sucediera a Cook, tampoco pudo ni aproximarse.

A Cook le colmaron de honores en Inglaterra; en España a Gabriel de Castilla no le dieron ni las gracias y sin embargo ambos de distintas maneras coincidieron en el dignísimo mérito de haberlo intentado; aunque no tropezaron con el triunfo, bien se les debía lo que uno recibió y el otro murió sin recibir pero ninguno de los dos fue más o menos por esas acciones u omisiones: ni Cook por lo que le dieron ni Gabriel de Castilla por lo que no le llegaron a dar.

Sostengo que el verdadero fracaso consiste en no buscar, en vivir para nada en vez de vivir para algo; ahí reside a mi modo de entender, la línea de separación entre tales modos de existir. Ya se sabe que éxito y fracaso son "dos impostores". De esos que llamo "indescubridores", hay muchos en tierra firme y también más de uno, acaban su existencia sin dejarse sentir o sin que queramos sentirlos porque sugieren caminos demasiado arduos para la voluntad que nos damos, que la voluntad no es tan natural cómo la inteligencia: la suele tener fuerte el que se propone tenazmente tenerla.

Importa más la insatisfacción y el noble descontento con la propia tarea, que el reconocimiento público. "Dejar quisiera mi verso/, como deja el capitán su espada:/ famosa por la mano viril que la blandiera/, no por el docto oficio del forjador preciada", escribió Antonio Machado el poeta de Soria nacido en Sevilla. Newman, el famoso cardenal y remoto precursor del Concilio Vaticano II, se lamentaba ya en su madurez, escribiendo que "ahora la noche llega para mí y no he hecho nada" y nuestra Santa Teresa de Jesús suponía sinceramente, que sólo había sido una mujer de grandes propósitos.

Esa clase de gente que vive afrontando un horizonte agónico y que ellas mismas ponen cada día más lejos e invisible para la mayoría, señalan destinos en lo divino o en lo humano, que nos parecen quiméricos porque querríamos todo aunque sin arriesgar nada. Es el signo de hoy; se prescinde de las varas de medir y todos podemos creernos hasta dioses y tan altos como nos apetezca. Esa clase de gente puede que vivieran en las nubes pero ¡cómo se las echa en falta!