No deja de sorprenderme la extraordinaria capacidad de la política para encontrar los recovecos más indignos que les capaciten para defender a los suyos. El contexto es lo de menos. No es distinto si es la corrupción la que acecha o la indignidad política por descalificar sin filtros al adversario.

Lo decía Aristóteles en su análisis Retórica al advertir del sesgo cognitivo propio del emotivismo irracional: sentimos compasión por los nuestros por pertenecer a nuestra tribu aunque no sean quienes más la merecen. Y nunca falla.

El último caso lo protagoniza el concejal popular de Novallas, Eloy Valero, al escupir burdos descalificativos hacía dirigentes de Podemos. «Caracol baboso, arrastrado y cornudo» y «cucaracha sin patas», le decía a Echenique en redes sociales. O «a ti lo mejor es pegarte un palizon (sic) y dejarte vejetal (sic) de por vida q (sic) pegarte dos tiros es muy rápido pedazo de mierda», dirigido al vicepresidente Iglesias.

Esto no sólo es inadmisible sino que cualquier organización política que se precie debería haber hecho dimitir al concejal al instante. Pero no es el caso. En la otra desescalada violenta que vivimos con vídeos que simulan tirotear a adversarios, figuras de guardias civiles ahorcados o gritos guerracivilistas en el Congreso, se sitúa la incomprensible indiferencia del líder político.

Las palabras de Eloy Valero no son una equivocación ni un exabrupto propio del rifirrafe parlamentario. Es una aseveración intencionada que busca provocar el odio y una mayor tensión. Lo que su presidente Beamonte ha entendido como algo «desafortunado».

Es el corporativismo incomprensible de la política, o el sesgo cognitivo de quien se encierra en su tribu, para no entender la magnitud de las palabras de Eloy Valero. Es un ejemplo de tantos otros el del concejal de Novallas.

Los jóvenes socialistas de Alicante fotografiándose con una guillotina y la cabeza de Rajoy o incluso la fiesta de Podemos donde se acribillaba a rostros del PP. Me da igual el quién por ser todos impropios. Pero asusta la indiferencia del líder que no marca distancias. O que no exige responsabilidades.

El hecho de amparar a un personaje que desprende tanto odio por miedo a manchar las siglas de un partido denota indiferencia, fanatismo y poca moralidad. Es la estrategia de la división, de las trincheras, del blanco o negro. Y funciona por lamentable que sea.