Indiferencia y crimen son lo mismo". Así terminaba sus memorias un superviviente del gueto de Varsovia, Marek Edelman, decepcionado porque nosotros, las generaciones posteriores a aquella barbarie, no éramos capaces de traducir políticamente el sufrimiento de las víctimas. Por supuesto que todo el mundo, menos los verdugos, hace suya la máxima judeocristiana del "no matarás", pero la decepción de las víctimas no viene porque echen de menos esa condena, que abunda, sino porque los demás, nosotros los demócratas, no establecemos una relación moral entre ese crimen que condenamos y las consecuencias políticas que de ello se derivan. El sufrimiento, una vez producido, forma parte del paisaje político y la política tiene que hacerse cargo de ello.

No podemos contar, lógicamente, con los verdugos, que son impasibles. Los que tenemos, sin embargo, que responder al desafío político, somos nosotros, los ciudadanos democrátas y los partidos que nos representan.

Ahora bien ¿por qué quienes hacen suyo el mandamiento del "no matarás" se enfrentan políticamente sobre un asunto que pone en juego el fundamento mismo de la política, a saber, la vida? Por la sencilla razón de que sobre las víctimas se libran dos batallas: una moral, que casi todo el mundo condena, y otra, hermenéutica en torno a su significación política, que es la que nos divide. Tiene que haber un punto de encuentro entre quienes condenan moralmente el crimen.

ESE PUNTO DE encuentro sólo puede consistir en tratar la significación política del terror como el primero y principal problema moral de nuestra sociedad, empezando por la vasca. Es altamente preocupante que, por lo que respecta a España, ante el crimen político los partidos políticos se ubiquen en dos posiciones enfrentadas: la de quienes piensan que el terror es un incidente que no puede alterar el programa soberanista que libremente se ha dado éste o aquel partido; la de quienes lo interpretan como una irrupción violenta en la normalidad democrática que altera radicalmente las reglas políticas del juego, de suerte que obliga a una concentración de energías en la lucha contra ese atentado al juego democrático.

Si resulta que, como es nuestro caso, la muerte --bajo la forma de amenaza de muerte al ciudadano activo no nacionalista o como terror que acecha al inocente en cualquier línea de ferrocarril-- forma parte de la realidad social, entonces la lucha contra ese peligro es la condición de toda política posible por la sencilla razón de que la condición de amenazado crea tal desigualdad entre los competidores políticos que no habrá ya forma alguna de compensarla. En el País Vasco esa igualdad se ha roto, y es obligación de todos, sobre todo de los no amenazados, situar como prioritario la lucha contra una desigualdad tan determinante como es vivir libre o amenazado. La significación política del crimen terrorista debería ser el meollo del debate moral en España, y no la condena del crimen, que es algo de que se da por hecho entre seres humanos.

Por lo que respecta al terrorismo internacional el acuerdo político, moralmente consecuente, de quienes convienen en el "no matarás", tiene que ser la búsqueda de estrategias políticas que garanticen la vida, la dignidad de la vida, también de aquellos países que son el caldo de cultivo del fanatismo terrorista. La seguridad propia y la paz de todos pasa por el combate de la miseria fruto casi siempre de la injusticia. Si en lugar de esta estrategia optamos por la invasión o por declarar el estado de excepción sobre todos aquellos países o personas que representen una amenaza, estamos multiplicando la inseguridad propia.

PARA RESPONDER moralmente al terror hay que ver la política con la mirada de las víctimas. Ellas ven algo que los demás subestimamos o frivolizamos: que la muerte gratuita, injusta y arbitraria forma parte de la vida cotidiana. De aquí se derivan dos consecuencias: que nunca habrá democracia en una sociedad que se construya sobre la desigualdad radical que significa vivir amenazado y vivir en libertad; y, en segundo lugar, que la paz mundial es el resultado de una lucha contra la miseria y la injusticia.

*Profesor de Investigación del CSIC.