La indiferencia es «la peor de las actitudes», decía Stéphane Hessel en aquel libro prologado por José Luis Sampedro, ¡Indignaos!, que inspiró las acampadas de mayo del 2011 cada vez más lejano en el tiempo y en el espíritu. Era allí donde reivindicaba como esencial y no solo razonable la facultad de indignación y el compromiso que la sigue. No confundir con la muy humana tendencia al desahogo puntual que calma conciencias, que aparenta implicación pero es una herramienta inútil políticamente. La indignación fue el motor que abrió la puerta a Podemos y que pronto gripó, fuera por bisoñez o por exceso de expectativas, siempre con la arrogancia y la falta de poso como condimentos, confundiendo las lógicas de los movimientos sociales con la de las institucionales, que son radicalmente distintas, y que tanto ha afectado negativamente a los «ayuntamientos del cambio», como nos recuerda la politóloga Cristina Monge.

Ciudadanos, por el contrario, que entró por la gatera para que la grieta del bipartidismo no fuera a más, ha hecho de la indignación selectiva, constante y creciente una (peligrosa) forma de estar en política. La falta de sustento ideológico y con argumentarios tan intensos como cambiantes e inconsistentes es suplida por la acaparación indiscriminada de titulares, de presencia visual.

Nadie grita más que quien no tiene nada que decir. Su actitud cada vez conduce menos a la solución de conflictos, para lo que nacieron, y más a perpetuar un estado de tensión y de crispación en el frente ajeno, e incluso en el propio. Por ahí debe ser por donde Daniel Pérez Calvo ha visto el hueco para afiliarse, al tiempo que pesos pesados naranjas han decidido marcharse. Fichaje estrella, sí, pero de los que besan el escudo y sienten los colores desde el primer día.

Está por ver que en la pospolítica volátil en la que vivimos, esto siga traduciéndose en votos, o lo que es lo mismo: capacidad de influir. Por un momento fueron en España primera fuerza en intención de voto, pero quizá tras ese espejismo perdieron su oportunidad y también su rumbo. Hoy se comportan como un verdadero partido antisistema, señala el periodista Pere Rusiñol.

Indiferencia, en cualquier caso, es lo que los políticos en general transmiten a la ciudadanía, al menos la consultada por el CIS, que los ven como segundo problema del país tras el paro. Pero nadie parece dispuesto a darse por aludido, tomar nota o cambiar la inercia. Es indignante. H *Periódico