La ministra de Justicia, Dolores Delgado, abandonó el acto celebrado en Gusen el pasado día 4 de este mes, para honrar la memoria de todos los españoles exterminados por los nazis. Se marchó indignada ante el comportamiento indigno de la representante de la Generalitat, quien aprovechó el turno para arrimar el ascua a su sardina: a lo suyo únicamente. Recordando la señora - es un decir, que no merece la tal Domenech- que la placa de homenaje a las víctimas había sido colocada allí precisamente por Raúl Romeva hacía dos años -cuando él era miembro del Govern- sin que pudiera ella imaginar que estuviera hoy en prisión preventiva por organizar en Cataluña contra el Gobierno de España la consulta separatista del año 2017. Esa impertinencia y mis recuerdos es el motivo infausto de este artículo. Ya basta de poner los desastres del pasado y el dolor de las víctimas -de todas, pues todas lo son de la injusticia- al servicio de nuestros intereses mezquinos. De enterrar a los muertos hasta olvidarnos de haberles olvidado para ir al bollo que calma el hambre del propio vientre; de ir al pienso como los cerdos de una granja que gruñen a la vez acaso pero sólo van a lo suyo, en vez de pensar en todos y por todos: de compartir con todos el pan y la palabra como buenos compañeros.

No fue Gusen , pero sí Dachau el campo de exterminio nazi que visité hace muchos años cuando estudiaba en la universidad de Munich. Recuerdo que me invitó un amigo discípulo de Albert Schweizer el conocido teólogo y filósofo, músico y médico que actuó como misionero en África -en Lambaréné-- y recibió el Premio Nobel de la Paz en 1952. Recuerdo que mi amigo me sorprendió al advertirme que no pisara la hierba, a lo que le pregunté cómo con esa sensibilidad podía explicarse y explicarme lo que allí mismo había pasado sobre la tierra y se hizo con las personas. No dijo nada, yo tampoco. Pero ambos estábamos de acuerdo en que no podíamos desentendernos de lo que no se puede entender para que nunca más se repita.

En aquellos años que siguieron a los desastres de la guerra, eran muchos los alemanes que necesitaban confesarse y recibir la absolución de los extranjeros para sentirse justificados. Entre los libros de mi biblioteca conservo un folleto en el que se recoge el discurso que pronunció el profesor Romano Guardini a propósito de la inauguración de una lápida que se dedicó y colocó en el claustro universitario - si mal no recuerdo cerca de la cúpula del paraninfo entonces en ruinas, y abierto su espacio al sol y las estrellas- en memoria de un grupo de estudiantes que bajo la dirección del profesor Huber y la participación destacada de Hans Scholl y su hermana Sofía se opusieron heroicamente a la dictadura en defensa de la libertad y fueron todos exterminados. El acto se celebró al comenzar el curso 1955-56. Se invitó a los nuevos alumnos, en especial a los extranjeros y por tanto a los residentes en el Colegio Español de Munich. Después de su intervención, se oyó el grito de Guardini: «Es lebe die Freiheit!» Y como yo no sabía pronunciar ni palabra en alemán, le pregunté en castellano a un compañero y respondí a tiempo todavía con los demás: Es lebe die Freiheit! Es la primera lección que aprendí en Alemania: ¡Viva la Libertad!

Estoy convencido de que debemos la paz a todas las víctimas de la guerra y que no es honesto ni posible vivir en paz si lo olvidamos. Por eso me indigno todavía y me sublevo contra la impertinencia y la banalidad de quienes discriminan a las víctimas y se aprovechan de la mala memoria para hacer la guerra o del rencor -que es lo mismo- en vez de utilizar el recuerdo para entendernos los unos a los otros.

Me pregunto para qué sirve el pasado sino es para el futuro. Y qué es el futuro para la humanidad si no lo es para todos. Si vale la pena, y si la pena que no vale nada no es precisamente la guerra. Creo que son las paces y no la guerra lo que nos lleva a la paz, y que son los otros el atajo que nos lleva al enteramente Otro. Que el prójimo nos pone en casa o nos acerca a la casa común si la hay para nosotros.

Por eso me indigno cuando una tal señora que no lo es -o eso parece- confunde las palabras y nos confunde, cuando no se abre ni comparte con el camino su vianda: el diálogo que es pan de vida. O para decir clar i calalá -en una lengua que es también la mía- lo que digo en Records per a la pau si es que el problema es el castellano. Con ese título tengo un libro que acabo de publicar en el que recuerdo la guerra que no hice y en en la que mataron a mi padre y a otras víctimas que tampoco la hicieron, o a Segundo Valén que nació en Favara que es de mi pueblo y asesinaron en Mauthausen. Desde donde escribió una carta a su «Esposa» -así, con mayúscula- preguntándole «Siabeis Cogido muchas olivas» y diciéndole «que todos los Bordes que hay En la viña, que los al corce». Así, que escrito está lo que está escrito. Y Segundo -como todas las víctimas- es un testigo incorregible.

No obstante lo dicho, uno que sí lo es y quiere recordar a todas las víctimas, está dispuesto a corregirse para terminar dando la paz. Que no es la polémica sino el acuerdo lo que se pretende: la concordia... Y el compromiso, que es la esperanza en traje de faena: la paciencia bien entendida.

*Filósofo