La desescalada se confunde entre porcentajes de aforos, las perdidas millonarias de empresas que adelantan la tragedia social que viene o la movilidad restringida entre provincias. Aunque lo más prioritario para algunos es saber cómo se podrá disfrutar de las vacaciones olvidando lo más trágico. España enfila el final del túnel de la agonía sanitaria cuando los principales parámetros económicos asustan. Lo que viene sólo es comparable a la Guerra Civil con caídas del PIB históricas.

Y aún no conocemos con exactitud el número de las víctimas del virus con corona. Es la indignidad de España. Aún no sabemos a cuántas personas llorar con el luto nacional cerrando el telón. El caos de las cifras en el número de fallecidos por COVID es inadmisible y deja un sabor tan incierto de amargura a la población.

Es lo que le faltaba a un país que roza el récord de todos los índices dramáticos de la crisis sanitaria, como uno de los países con más víctimas por millón de habitantes o los sanitarios más contagiados del mundo. La desconfianza de la ciudadanía avanza mientras el Gobierno aún insiste en anunciar un número de fallecidos incierto en su parte diario por el doctor Simón. La falta de rigor es incomprensible sin que se haga pedagogía de tan graso error.

Según el Gobierno de España, que recalca con ahínco el slogan saldremos más fuertes, cree que han fallecido cerca de 28.000 personas. Una cifra que la OMS eleva en más de 3.000, con varios cambios incomprensibles en horas, al tiempo que el MoMo determina que son más de 43.000 muertes. Y el INE considera que los muertos están cerca de los 50.000. Una distancia entre las cifras tan abultada que empaña la gestión del recuento. La estadística confusa desprecia el recuerdo a las víctimas.

Con este panorama tan desolador, Sánchez infla su autoestima reconociendo que España celebra un «éxito colectivo» por no contabilizar víctimas en pocos días. Mientras en Aragón o en otras comunidades anuncian que hay fallecidos, entre ellos un menor de 10 años. Nadie se lo explica. Y la falta de rigor descalifica cualquier argumento sanitario para prevenir el rebrote que vendrá.

Lo razonable sería que el Gobierno de España bajara el tono del triunfalismo para establecer una auditoría de qué ha sucedido en la falta de previsión o en las carencias de gestión en el recuento de víctimas. Menos orgullo y más realidad para dignificar a las víctimas.