Decir que los gazatíes pueden volver a la normalidad tras la firma del alto el fuego indefinido entre Israel y Hamás es un eufemismo. Su retorno a casa tras 50 días de ofensiva es en realidad su llegada a un escenario de destrucción en el que han muerto más de 2.100 palestinos --el 70%, civiles--, entre ellos 490 menores, y casi medio millón han tenido que abandonar su hogar. Después de una violencia tan encarnizada, en la que Israel ha perdido 64 soldados y 7 civiles, hay que dar la bienvenida a un acuerdo como el alcanzado, pero hay que ser realistas: el pacto solo significa que las armas han callado. El mismo secretario de Estado de EEUU reconoce que estamos ante una oportunidad, no ante una certeza.

Un primer indicio de la fragilidad de este alto el fuego está en la debilidad del primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu, que cuenta con la oposición, dentro de su propio Gobierno, del sector de la ultraderecha que quería continuar la ofensiva. Que el contenido del acuerdo sea muy parecido a los firmados y no respetados en enero del 2009 y noviembre del 2012 tampoco suscita mucho optimismo. Es un pacto de mínimos que deja para unas futuras conversaciones los principales puntos exigidos por ambas partes: la desmilitarización de la franja, exigida por Israel, y la construcción de un puerto y un aeropuerto y el levantamiento total del bloqueo ilegal, requeridos por Hamás porque el aislamiento al que los palestinos se ven sometidos desde el 2006 convierte esa pequeña franja de terreno junto al mar en una auténtica cárcel para sus 1.800.000 habitantes.

Israel considera que ha dado un duro golpe a Hamás con la destrucción de sus túneles y parte de su arsenal. La organización palestina cree haber salido reforzada de esta guerra porque ha sabido resistir 50 días a un Ejército mucho mejor dotado y ha demostrado que Israel puede ser vulnerable. La dura realidad es que la solución del conflicto entre Israel y los palestinos no parece estar más cerca. Un primer paso sería el reconocimiento por parte de Tel-Aviv de las justas demandas de los palestinos de Gaza, pero la debilidad de Netanyahu no augura un horizonte en el que se reconozca que la seguridad de Israel depende precisamente de atender aquellas peticiones.