Más de 300 muertos y cientos de heridos es el saldo del incendio en un hipermercado de Asunción. El origen del mayor siniestro de la historia civil de Paraguay está en el suministro energético del edificio y la combustibilidad de sus materiales. Pero el número de muertos no sería tan elevado si hubieran existido elementales normas de evacuación. Fue todo lo contrario. Desde el primer momento se ha apuntado a que la magnitud de la catástrofe se debe a una decisión escalofriante del dueño de los almacenes: cerrar las puertas para impedir el pillaje o que los clientes se fueran sin pagar.

No siempre las inclemencias naturales o los políticos impresentables explican el sufrimiento injusto que asuela a tantos países iberoamericanos. También ha existido secularmente la codicia empresarial y la debilidad de los gobernantes que les dejan campar a sus anchas. Desde esta perspectiva debe exigirse la depuración de responsabilidades, aprovechando el eco internacional --sobre todo en la comunidad latinoamericana-- que ha tenido el suceso. Esta vez no se trata tanto de enviar ayuda humanitaria como de hacer saber a las autoridades paraguayas qué es la seguridad ciudadana.