Algunos políticos -por la plaza del Pilar se pueden encontrar varios- emplean en ocasiones una estratagema desconocida para el gran público. Tras caer en sus manos una información comprometedora sobre alguno de sus rivales, la filtran todo lo completa posible a un medio determinado y esperan a que este la publique o la difunda por las ondas o por la tele, provocando el consiguiente jaleo. Al día siguiente se hacen los sorprendidos y convocan urgentemente a los periodistas: «Exigimos la dimisión de fulanito», «queremos una comisión de investigación», «nos hemos enterado por la prensa y esto es inadmisible»... En fin, mejor ahorrar al lector más conceptos de primer curso de cinismo. La argucia recuerda al capitán Renoir en Casablanca, cuando por orden del mayor Strasse se ve obligado a decretar el cierre del café de Rick al grito de «¡Qué escándalo!, he descubierto que aquí se juega». Justo en ese instante, un crupier se le acerca y le dice: «Sus ganancias, señor».

Las advertencias sobre la escasa calidad de los representantes públicos vienen de muy atrás y desde muchos rincones. Por ejemplo, hace ya un par de años que Rafael Jorba advertía de la ausencia en España de políticos de largo recorrido, -«que no actúen al dictado del tiempo mediático», decía- y el panorama, lejos de mejorar, empeora cada día. A la tradicional y obvia influencia de los medios de comunicación y de las encuestas en el devenir cortoplacista de los partidos, hay que sumar últimamente el estallido de las redes sociales, con sus fake news, posverdades, casi mentiras, memes y demás familia, y, ojo a este apartado, los tertulianos.

Su figura ha sido siempre esencial, dado el complemento que ofrecen, pero su multiplicación y alargada sombra les ha convertido en un clan. No sorprendería si mañana se estrena una asociación con sus estatutos y directiva. El escritor Gregorio Morán los llama «listos mediáticos», aunque popularmente se le conoce como «todólogos». Como en casi todo, también aquí hay de primera, segunda... y regional preferente. La línea que separa a muchos de la clase política es muy fina (demasiadas connivencias); es más, hay quien ha pasado de analista a analizado: José Ignacio Wert terminó como (mal) ministro, mientras que Pablo Iglesias, antes observador televisivo, ahora es líder de Podemos y se ha comprado un chalet a todo trapo. Eso sí, a veces le dice a su pareja entre susurros: «Siempre nos quedará Vallecas». H *Periodista