Según se afirma en una famosísima frase, atribuida a múltiples autores -lo cual suele significar que es de dominio público-, la información es poder. Dicho de otra ma-nera: si una persona maneja una cantidad de información mayor de la que posee el resto, puede ejercer sobre ellos el poder que procede de esa superioridad informativa. Yo me atrevería a añadir que, si la información que se posee es lo suficientemente exclusiva y lo bastante delicada, se puede con ella obrar milagros que dejarían al santoral milagrero católico a la altura del betún.

Existen muchísimos ejemplos que así lo demuestran. El penúltimo, el de la empresa Cambridge Analytica con su masivo robo (o compra, que eso no está muy claro) a Facebook de los datos personales de casi cien millones de usuarios. Entre otros prodigios de nigromancia, con ellos habrían logrado colocar en el Despacho Oval a un personaje tan zafio, prepotente y poco preparado para tal responsabilidad como Donald Trump. Los responsables de tamaña piratería se han dado el lujo también de reconocer que, si no hubiera sido por ellos, el resultado del referéndum del Brexit habría sido muy otro. Hay que admitir que el hecho de que, con las solas armas de la in-formación, hayan puesto al borde del abismo a las dos grandes potencias occidentales entra de lleno en la categoría de portento sobrenatural. Y que asombra que cuatro gatos, con sus ordenadores, hayan hecho tambalear al poderío económico, político e incluso militar de Estados Unidos y la Unión Europea.

Pero no vayan a creer que para obrar milagros hay que irse tan lejos. Aquí, más modestamente y con menor despliegue tecnológico (como de costumbre), tenemos también un auténtico especialista en manejar la varita mágica de la información. Un mago cuyas maravillas llevan dejándonos boquiabiertos desde hace décadas. Lo mismo desde el escenario del poder político, en el que fue protagonista principal durante muchos años, que desde las bambalinas de su dorado retiro, no ha dejado desde entonces este personaje de alterar a su antojo las reglas de la Justicia y las normas de la razón. El Sr. Jordi Pujol i Soley.

Este, que ahora podría parecer a simple vista un acomodado e inofensivo tendero jubilado, empezó su carrera de taumaturgo con un espectáculo de magia titulado Banca Catalana, allá por los años 80 del pasado siglo, no sé si lo recuerdan. La cosa, para los olvidadizos, iba de una pequeña entidad bancaria que había fundado el padre de nuestro personaje y que el joven Jordi convirtió en gigante financiero cuando se puso manos a la obra, después de una temporadita avecindado en Zaragoza (en la prisión de Torrero, para ser más precisos).

Con una red de 352 oficinas, más de 5.000 empleados y depósitos por valor de casi 300.000 millones de las pesetas de aquella época, Banca Catalana pasó casi de la noche a la mañana a no valer un duro, convenientemente saqueada por sus gestores. Entre ellos y de forma destacada, el vicepresidente ejecutivo y mandamás del invento. Jordi Pujol. Después de varios intentos de procesarle (a él y a unos cuantos más), la Audiencia de Barcelona falló el sobreseimiento definitivo del sumario. No encontraron indicios de delito, aunque los jueces afirmaron que «se pudo llevar a cabo una gestión imprudente e incluso desastrosa». Este Sr, que a la sazón redondeaba sus ingresos con un pluriempleo como Molt Honorable President de la Generalitat, salió limpio de polvo y paja, como suele decirse.

Entre medias hubo numerosas maniobras en la oscuridad, sobre las cuales se hablaba en voz baja, que hicieron encanecer prematuramente a los fiscales Mena y Jiménez Villarejo. Como buenos profesionales, se habían empapado los 65.000 folios del sumario y veían los delitos con claridad. Muy instructivo leer sus declaraciones sobre este asunto

Yo entonces era más joven y no podía creerlo, cuando alguien susurraba a mi oído que la causa de la obnubilación sufrida por los jueces había que buscarla en ciertas conversaciones secretas que mantuvo el mago Pujol en palacios madrileños. Unas conversaciones, se decía, que hubieran servido de modelo a los guionistas de El Padrino.

La amenaza de tirar de la manta, que tantos otros (desde Bárcenas a Granados) han usado después con fanfarronería de principiantes para quedarse en agua de borrajas, define a la perfección lo que debió de suceder. Pero entonces debía de ir en serio. Y, aterrorizados ante lo que pudiera aparecer bajo la manta, los poderes del Estado se plegaron a las exigencias de inmunidad (sería mejor decir de impunidad) del pequeño y astuto mago catalán.

Entonces no me lo creía. Sobra decir que ahora, puedo creerme cualquier cosa.

Porque ya me dirán ustedes si no es cosa de magia que la plana mayor del partido que fundó, y la del soberanismo catalán que Jordi Pujol patrocinó (y sigue patrocinando) esté entre rejas o a punto de estarlo, acusados de gravísimos delitos económicos y políticos, mientras que el Sumo Pontífice apura su vejez tan tranquilo. Sin que ningún juez se atreva a molestarle, más allá de pedirle por favor algunas declaraciones, siempre muy respetuosos.

Así pues, lo ha vuelto a hacer. ¿Lo de los millones en Andorra, desconocidos para Hacienda? Nada, una cosilla del abuelo que los dejó por ahí y quién iba a acordarse de ellos. ¿Lo del tres por ciento? Pregúntele usted al señor Mas, o al señor Millet, o al señor Alavedra… a mí, que me registren. ¿Que la familia Pujol-Ferrusola (padre, madre y los numerosos retoños) actuaba literalmente como una familia (de las de la mafia bajo el disfraz de orden religiosa, con Madre Superiora, párrocos, misales y Papa Negro? Bueno, señor juez, esos son secretos del convento,

Lo que quiere decir que el conjuro, las palabras mágicas (ojo, que tiro de la manta) solo funcionan cuando el que las pronuncia está de verdad en el secreto. Cuando tiene mucha y muy sensible información de su exclusiva propiedad.Esa información que garantiza inmunidad. E impunidad. <b>*Diputado constituyente del PSOE</b>