El momento es único, de una gran intensidad zozobrante. Entre los terrores habituales, más o menos económicos, sanitarios, y las nuevas amenazas, viejas como el mundo pero reactivadas de repente. Los terrores habituales, el cáncer de mama, de próstata, los accidentes de tráfico, el desmadre de Kioto, la precarización elástica, los desamores. Lo de siempre, esas tendencias.

No hemos tenido ni un segundo de calma, los etarras desmantelados, infiltrados, acorralados, dejan paso a los inmolativos, que aún están más locos, que consiguen la dinamita poco menos que en un mercadillo, que son más bilingües, más numerosos, más locales y más globales. Abramos un blog a los horrores nuevos, hagamos un seguimiento ya que no acertamos a anticiparnos.

Quizá lo peor de este zozobrismo recién abierto es que vamos a remolque, no llevamos la iniciativa, estamos a lo que nos digan, a lo que nos echen, a lo que nos emitan, a lo que nos maten. Es otra perversión del terror, pura siquiatría salvaje, una sofisticación. Por eso, para combatir esa sensación de ir a remolque, lanzó Bush las invasiones. Una impotencia, hacer algo, contratacar aunque sea a otros. Llevar la iniciativa, aunque sea mal. Al menos te quitas ese agobio añadido, el de estar siempre esperando a ver qué va a pasar, dónde nos van a golpear, cuándo. Al menos puedes dar tu las ruedas de prensa, y no sólo las ruedas de pena.

Fallo terrible de mentir, lo de las armas que no aparecen, error de apresuramiento y de esquivar a la ONU, al mundo. Lo que ha hecho Bush, y con él sus aliados, es una especie de caso Gal a lo bestia, a lo mundial. Hasta en las equivocaciones y chapuzas se parece, salvando las proporciones, la escala. Guantánamo. Actuando de esa manera, fuera de la ley, con aturrullamiento y mentiras, ha debilitado lo más importante, el sueño de la democracia y la libertad, y tampoco ha mejorado el entorno: hasta es posible que lo haya emponzoñado más. Ya hora estamos medio colgados, en el pudridero irakí, un Vietnam posmoderno, un recurso a las guerras antiguas, de metralleta y ocupación. El antimarketing, justo lo que menos necesitaba el imperio, que ha renunciado a las armas del cine y la publicidad, ha renunciado a vender los sueños de democracia y prosperidad. Justo cuando en España se empezaban a acariciar.

*Periodista y escritor