Uno de los ejemplos más claros de falsificación de un debate es la discusión en torno a la inmersión lingüística. No hablaré de quienes pretenden convertir una sociedad bilingüe en una sociedad monolingüe, con un proyecto homogeneizador y antipluralista. Sabemos lo que son, pero hablan claro. Otros promueven esta medida con una combinación de buenas intenciones y el convencimiento de que algo que molesta a la derecha no puede ser malo.

La defensa se construye a partir de maniobras de distracción y falacias. La más frecuente es no hablar del tema. Así, se dice -refutando sarcásticamente- que el castellano no está en peligro en Cataluña: como si alguien hablara de eso. No hablamos de lenguas, hablamos de hablantes y de sus derechos lingüísticos. Según ese argumento, un musulmán no podría estar discriminado porque mucha gente profesa su religión. Se dice, asombrosamente, que quien critica un modelo monolingüe se opone al bilingüismo. Otra estratagema es obviar a los hablantes, hablar de una disputa entre dos lenguas alentada por fanáticos y colocarse en el medio virtuoso.

Un profesor citaba una declaración en defensa de la lengua materna para apoyar la inmersión: una política que consiste en impedir a los castellanoparlantes estudiar en su lengua materna. Otros comparan la posibilidad de elegir estudiar algunas asignaturas en otra lengua con la exclusión obligatoria de una lengua. Se dice que «lengua vehicular» no aportaba nada; uno se pregunta por qué se elimina entonces. El incumplimiento de las sentencias judiciales se recibe con un encogimiento de hombros. Otro truco habitual es el falso dilema: hablamos de esto en vez de... y uno cita lo que le apetezca: el hambre en el mundo, el Zaragoza. Se responde diciendo que el nivel en castellano de los alumnos catalanes es más alto que el de otras autonomías: una afirmación sostenida por dosis variables de credulidad y supremacismo, donde se equiparan exámenes diferentes.

Hay pruebas de que la inmersión perjudica a los niños castellanohablantes (y padres catalanohablantes han criticado que la inmersión perjudica a sus hijos). Se dice que las familias que protestan son pocas: lo son, entre otras cosas, porque están estigmatizadas y tienen pocos apoyos. Si es un derecho, da igual que lo pidan uno o mil. Si se reconocen sus reivindicaciones, quizá se apunten más: eso es lo que preocupa. También se soslaya un objetivo: crear una barrera para que las personas de otras comunidades no puedan competir en las comunidades bilingües: una combinación de nacionalismo y clientelismo donde el «progresismo» se pone de parte de los poderosos e intenta disimular el mal olor.