La nauseabunda condición a la que está sometiendo a nuestro país el Partido Putrefacto, antaño conocido como Popular, me genera una desazón tan profunda y un sentimiento de tristeza tan acentuado, que he decidido, quizá como medida terapéutica hacia mí mismo, alejarme de ese tema, de la realidad concreta, y reflexionar desde una perspectiva más teórica y estratégica sobre una cuestión que hace tiempo me ronda por la cabeza: la insuficiencia de la forma partido.

Los experimentos de «nueva política» que se han venido llevando a cabo en nuestro país desde el 15-M han tenido como denominador común la crítica a la forma partido por considerarla un modo obsoleto de organización. Los partidos se han convertido en máquinas jerarquizadas, escasamente democráticas, alejados de las dinámicas sociales y solo atentos a los procesos electorales. Por ello, las nuevas exigencias de participación que se manifiestan en el 15-M tuvieron como objetivo primordial producir nuevas formas de organización más horizontales, participativas e imbricadas en el tejido social.

Desde mi experiencia, tanto como dirigente como militante de partido, las dinámicas partidarias adolecen de dos graves defectos que influyen profundamente en las dinámicas sociopolíticas. En primer lugar, generan preocupaciones al margen de las de la ciudadanía, es decir, convierten en ocasiones en objeto de profundo debate interno temas que desde fuera de la militancia se ven de una manera mucho más relajada. De ese modo, la vida de partido genera una realidad propia que obstaculiza la relación entre el partido y sus referentes sociales, así como con la sociedad en su conjunto. Cuanto más se respira dentro del ambiente cerrado de la organización, o de la institución, menos oxígeno social llega a la misma. De ahí la necesidad, puesta de manifiesto desde la antigua Atenas y reiterada por Maquiavelo o Spinoza, de la rotación de cargos y su estricta periodización. En segundo lugar, el partido busca siempre un espacio político propio y lo hace por diferenciación de otros, sobre todo si están en espectros cercanos. La lógica partidaria es una lógica de divergencia respecto a otros partidos, no de convergencia. Es una mera cuestión de superviviencia: si se quiere mantener un electorado, es preciso marcar distancias con otras organizaciones políticas, si no, se está mandando el mensaje de que quizá daría igual votar a una que a otra. Lo que diga el otro siempre será, cuando menos, matizable. El partido se convierte en un organismo que como tal piensa prioritariamente en su supervivencia, aunque ello suponga colocar en segundo plano cuestiones más políticas. Para mí, este es el defecto más profundo de los partidos, el olvidar que son herramientas y no objetivos en sí mismos.

He comenzado diciendo que el 15-M pretendió buscar nuevas formas de organización. Pero al proceder a la descripción de los defectos de los partidos, creo que he descrito milimétricamente lo que sucede con algunos de los principales sujetos políticos nacidos al calor del 15-M. Para abandonar la forma partido no basta con negar el carácter partidario de la organización. IU nació diciendo ser un movimiento político y social, pero en la práctica ha actuado casi siempre como un partido. Podemos es la expresión más reconocible del 15-M, pero su práctica sigue siendo la de un partido tradicional. Y es que, además, ha alcanzado esa condición en un tiempo récord, lo que resulta todavía más preocupante.

Creo que en el diagnóstico de los males se halla el camino de las soluciones. Una de las tareas cruciales de la nueva política es la construcción de una nueva herramienta capaz de moverse por dinámicas convergentes, que relativice las siglas, que privilegie los contenidos políticos, que sintonice con los problemas sociales y que sepa engendrar, también, nuevas preocupaciones y sensibilidades sociales. La participación ha de ser una de sus señas, pero desde el realismo resultante de la combinación de formas asamblearias con otras representativas. No nos engañemos, no tenemos, todavía, una cultura de la participación, por lo que pretender moverse por dinámicas asamblearias produce el efecto contrario al que se busca: que una minoría hipermilitante se convierta en voz de un colectivo mucho más amplio. Sin duda, hay mucho que pensar. Estas líneas son solo unas ideas. Y un intento de salir de la ciénaga en la que cotidianamente nos sumerge el Partido Putrefacto.

*Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza