Se puede decir que esta vez los votantes han sido más inteligentes que los políticos. La campaña se había planteado en términos tan radicales que parecía que el electorado no tenía otra opción que elegir entre Vox y los nacionalistas catalanes, como bisagras que permitirían, bien un gobierno de las derechas, bien un gobierno de la izquierda. No hace falta decir lo peligroso que resultaba semejante escenario poselectoral.

Sin embargo, el resultado de las que probablemente hayan sido las generales más complejas de la democracia es alentador, y muestra una gran sabiduría del electorado por varias razones.

En primer lugar, porque hemos sabido esquivar lo que parecía inevitable: el fracaso de las derechas, que quedan lejos de poder aspirar a formar gobierno, supone el hundimiento del Partido PopularP, una victoria agridulce de Vox, que no alcanza las expectativas que había generado, y un buen resultado de Ciudadanos, que no resulta a la postre tan bueno porque ni toca poder ni ejecuta el sorpaso sobre el PP.

En segundo lugar, porque permite que el PSOE, el indudable vencedor de las elecciones generales, pueda gobernar con el apoyo ya anunciado de Unidas Podemos y casi totalmente libre de una hipoteca independentista, que parecía garantizada.

Tal vez a muchos de los que ayer fueron a votar les quede no obstante la desazón de comprobar que no va a ser posible el pacto que podría parecer más natural: la suma de PSOE + Ciudadanos daría una cómoda mayoría absoluta a dos partidos que en algún momento de su historia reciente, antes del giro a la derecha del segundo, parecían compartir en buena medida la idea de una España moderada en sus planteamientos políticos.

Parece ciertamente que la inteligencia de los representantes no ha estado a la altura de sus representados.