Entre las calles Briviba y Stabu de Riga, la Casa de la Esquina da mucho miedito. Al entrar al edificio rebasas una línea del tiempo hacia el umbral del terror de la persecución. Al fondo de la primera planta hay una puertecita. Detrás se abre una pequeña habitación, con una mesa, dos sillas y un espejo. El papel añejo de la pared recubre una sensación tétrica punzante. Era la sala de interrogatorios del KGB.

Ese mismo escalofrío recorre como sudor frío la nuca del neorurral novato cuando sale a las calles del pueblo desconocido. Los agentes nada secretos le esperan tras sus pasos, atentos a sus movimientos, vigilantes de la gayata, sin ocultar la mirada espía y directos en la pregunta. «¿Y tú quién eres?» «¿Y qué haces aquí?». Terrorífico.

La intimidad no es rural. Que lo sepas. Esa se queda en tu urbanización de muros altos, en el portal de 483 puertas donde ya ni pides una pizca de sal al vecino porque ni sabes qué idioma habla, en el transporte público donde el roce no hace el cariño, en esa avenida donde te puede dar un triple infarto y no te va a socorrer ni Batman. Ahí te mueras.

En el pueblo te van a preguntar a la cara. Lo primero es saber qué narices haces ahí, porque hay que estar un poco mal para perderse entre ellos. ¡Algo habrás hecho, figura! Como premisa. Si vas con críos, pues bueno, al menos abrirás el colegio. Algo de utilidad ya tienes. Porque saber de qué curras es esencial para pasar el filtro de si eres decente, un maleante o un jipi de esos.

Naturalidad

Candidatos a neorrurales, déjense llevar, leñe. No se me pongan nerviosos. Hay que llevarlo con naturalidad y tranquilidad. Digan lo que quieran decir pero no se cierren, cuando les pregunten sean corteses, no se mosqueen porque aquí sus hábitos urbanitas están hechos jirones, dejen claro su interés por el lugar, por sus gentes, loen sus bondades, lancen el nombre de algún vecino que ya es amigo, pregunten también, que les contestarán con alegría. Hablen y comuníquense. Porque de eso se trata, de conocerse y conocer. Verán como con el tiempo las charradas se alargan sin fin.

Nadie les va a invadir su vida, solo la compartirán, con quien usted quiera. Eso sí, no juzguen si no quieren ser juzgados. No vean a nadie por encima del hombro, pongan su mirada a la misma altura del otro. Porque además si le da un triple infarto en la plaza ahí tendrá decenas de Batman para echarle una mano.

O una docena de huevos de sus gallinas. O un frasquito de miel. O una calabaza del huerto. Y eso en las Casas de las Esquinas, en las comunidades de muros altos, no pasa.