Se dijo de ella que "vivía un genio entre nosotros y muchos ni siquiera se daban por aludidos". Ese genio era Ana María Matute, fallecida el miércoles, premio Cervantes y Nacional de Literatura y académica de la Lengua. Y muchas cosas más. Entre ellas, intensa cultivadora de la ficción y devota del relato oral, creadora de universos imaginarios que han configurado su obra al lado de las vivencias de la guerra y la posguerra a partir del "asombro" de una niña que contempla que su universo se desvanece y debe volver a ponerlo en pie gracias a lo que llamaba "mis invenciones". Matute, en la concesión del Cervantes, elogió esas historias que "hay que creerse" porque se las había inventado y admitió que la literatura fue "el faro salvador" de muchas de sus "tormentas". El planeta Matute se nutre de la soledad y la incomunicación del niño ante la crueldad de los adultos y de la reconstrucción emocional y moral a la que se llega gracias a la imaginación y la fantasía, el bosque y la naturaleza. Sus aportaciones colocan a Matute en un lugar privilegiado de las letras españolas.