La Almunia, municipio de algo menos de 8.000 habitantes en plena vega del Jalón, apostó hace seis o siete décadas por la educación. Quizá no fue una decisión muy consciente en su momento. Quizá todo se debió a una feliz confluencia de circunstancias, de personas que tomaron decisiones inteligentes y generosas con su comunidad, como donar una enorme cantidad de suelo al ayuntamiento con la sola condición de dedicarlo a uso educativo, allá por 1929. La llegada de la iglesia social y obrera en el tardofranquismo. Las ambiciosas políticas educativas y culturales de los gobiernos socialistas en España y Aragón. Los combativos y visionarios concejales socialistas y de izquierdas que, muchas veces contracorriente, se dejaron la piel durante décadas para que La Almunia dejara de ser uno más de los páramos culturales del franquismo.

La cuestión es que La Almunia se equipó muy pronto con una infraestructura educativa envidiable, desde la educación infantil a la universitaria. Y junto con la educación llegó la cultura. Más concretamente, la inversión en cultura.

La primera base de la inversión en cultura fue el equipamiento. Es decir, dotarse de espacios: salas de cine y de teatro, salas de ensayo, de talleres, de clases, salones multiusos… De propiedad municipal o de los centros educativos, públicos y concertados, o de la parroquia… De una calidad más o menos ambiciosa, pero siempre accesibles a todos.

Al abrirlos al uso popular, a cada espacio que se generaba le seguía una utilización creciente, y a su vez, la mayor demanda obligaba a generar más espacios. Necesitábamos cada vez más, porque a un grupo se le ocurría hacer teatro. A otro bailar y cantar jota. A otro, montar una zarzuela completa, organizar un festival de cine, hacer música punk o grabar una película. O vaya usted a saber qué. Y todo se puede hacer si se dispone de infraestructuras accesibles a la ciudadanía.

Paralelamente, el ayuntamiento inició hace décadas una política cultural de gasto corriente: la puesta en funcionamiento de enseñanzas artísticas (música, baile, dibujo, etc.) y, la política más importante, la subvención a asociaciones culturales. No solo se las financió, sino que se las hizo directamente partícipes de la oferta cultural municipal. Las asociaciones canalizaban la cultura amateur, en cualquiera de sus vertientes.

Fue así que al calor del equipamiento y de las ayudas municipales nacieron y se fomentaron las asociaciones culturales, hasta conformar un mapa riquísimo que da cabida a casi cualquier aspiración artística o creativa que puedan tener los vecinos.

Las iniciativas artísticas se fueron haciendo más y más ambiciosas, y de la demanda surgió la oferta profesional, como profesores de diversas disciplinas o empresas locales que ofertan servicios técnicos (iluminación, sonido, diseño, impresión, comunicación, etc.). Y, a su vez, un número creciente de jóvenes almunienses dirigió su carrera profesional al sector cultural: músicos, artistas, periodistas, diseñadores, técnicos de iluminación y sonido…

La oferta cultural amateur, por otra parte, no sustituye sino que complementa la oferta cultural profesional. El ayuntamiento mantiene una programación cultural durante todo el año, procurando además abarcar el mayor número de disciplinas posibles. Teatro, danza, cine, música, artes plásticas, literatura… En la medida de las posibilidades económicas (que nunca son suficientes) se opta conscientemente por hacer una oferta diversificada y calidad, combinando propuestas atrevidas, incluso vanguardistas, con otras más sencillas. El ayuntamiento facilita así el acceso a la cultura, en definitiva, abre a sus vecinos la posibilidad de acceder a una educación cultural, permitiendo que cada cual decida qué y hasta dónde quiere llegar en el consumo cultural.

Muy bien. Pero ¿para qué os gastáis los dineros en cultura en lugar de asfaltar caminos?

El presupuesto municipal dedicado a la cultura siempre es escaso por comparación con cualquier otro capítulo. Sin embargo, cada euro que el ayuntamiento invierte en cultura tiene un efecto multiplicador, tanto tangible como intangible.

Económicamente, los retornos son obvios. Las subvenciones que reciben las asociaciones se gastan, fundamentalmente, en empresas locales. Es un dinero público que acaba, por tanto, retornando y estimulando la economía local. Hemos comprobado, además, que la oferta cultural es un foco de atracción de actividad comercial y hostelera. Recibimos visitantes y consumidores de toda la comarca, que nos mantienen como destino estable. Eventos culturales como el Festival de Cine o la Recreación Histórica La Almunia Se Rueda hacen que nuestro municipio, La Almunia tenga una afluencia de público y una repercusión en medios de comunicación que nunca podríamos pagar como campaña publicitaria.

Los efectos tangibles son indiscutibles. Sin embargo, no son tan importantes como los intangibles.

Un escenario es una escuela insustituible: mejora la autoestima de las personas, da alas a la creatividad individual, facilita el crecimiento personal, estrecha lazos, abre amistades, cohesiona a la comunidad, es un campo abonado a la participación ciudadana y, sobre todo, produce una felicidad infinita. ¿Qué mejor servicio a la comunidad puede prestar un ayuntamiento que permitir que el mayor número de sus ciudadanos se suban, en un momento u otro de su vida, a un escenario? No es exagerado decir que casi todos los almunienses se han subido a un escenario en una u otra ocasión, y siempre que quieren: los escenarios de La Almunia son democráticos.

La oferta cultural potente ha cambiado, sin ninguna duda, la idiosincrasia de La Almunia como comunidad. La relación entre sus vecinos se ha fortalecido actuación a actuación. Nos ha facilitado la comprensión de uno de nuestros hechos diferenciales más novedosos: nuestra diversidad cultural (porque casi uno de cada tres vecinos de La Almunia ha nacido en un país extranjero).

En La Almunia, la cultura ha contribuido a reducir muchos de nuestros miedos como individuos y como sociedad, y nos ha hecho como somos: diversos, creativos, inquietos, participativos, sociables, acogedores y razonablemente felices.

¿Contesta esto a la premisa inicial, al título de este artículo? Pues yo creo que sí. Que está claro que merece la pena invertir dinero público en faranduleros y titirimundis.

*Alcaldesa de La Almunia de Doña Godina. Miembro del PSOE.