La firma del Fondo de Inversiones de Teruel (Fite) que ayer tuvo lugar debiera ser algo más que la escenificación de un acuerdo político que permite al Gobierno central y al de Aragón exhibirse en positiva concurrencia. Por la simple razón de que los sesenta millones comprometidos para este ejercicio (aportados al cincuenta por ciento por las dos administraciones involucradas) no debieran servir para tapar agujeros, sostener proyectos de escasa rentabilidad o crear la ficción de que se hacen cosas, sino para desarrollar programas de activación económica, social y cultural sostenibles y de futuro.

En doce años (2004-2016), en los que las inversiones especiales en Teruel ya están ejecutadas, el total de lo dispuesto asciende a trescientos sesenta millones. El Fite aporta cada año 2.628 euros por cada turolense. Y eso está bien y es necesario para compensar el abandono previo y las dificultades objetivas de un territorio muy despoblado. Sin embargo, poco se va a lograr si se persiste en actuar a salto de mata, sin estrategia ni un balance continuado de los logros y de los fracasos.

Hay que saludar, un año más, la firma del Fite. Conviene también exigir que se le dé un uso creativo y productivo, y una distribución transparente. Hace bien poco, Teruel existe llenaba de manifestantes las calles de Zaragoza. Ahora, su reivindicación debe concretarse en objetivos y propuestas.