Madrid, 0 Barcelona, 0. No es el resultado de uno de esos partidos de liga que congregan a tantos fervorosos del fútbol. Aunque ha habido empate a cero entre las dos comunidades españolas de referencia. Empate, en incapacidad política para investir a unos líderes con las competencias profesionales y humanas que se les presupone. Llegan del banquillo, Garrido y Torra, ambos por efecto rebote, pues los jugadores titulares han sido expulsados por faltas graves. Pero los investidos, de manera casi simultánea, lucen el mismo pelaje que sus antecesores respectivos. Mismos discursos, ademanes y vicios. Lástima. Ahora que Bruselas ha decidido no demandar a España por la contaminación de Madrid y Barcelona, ambas atraviesan uno de sus peores momentos de polución política, que están afectando tanto a la población en general, como a la clase dirigente, en concreto. Solo así se entiende la investidura de dos miembros más de la camada política española, porque esta semana los investidos son alguno más que los presidentes madrileño y catalán. Iglesias y Montero, la parejita podemita feliz, son piezas clave de la ecuación y del rompecabezas de investiduras. La compra de un chalé en la sierra por valor de más de 600.000 euros les ha catapultado directamente a la toma de posesión y al ingreso en una de las colectividades más odiadas por el secretario de Podemos, la burguesía, y por supuesto, la conversión al sistema de castas tan denostado por el padre podemita. Era de esperar. Torres más altas han sido embestidas, perdón, investidas.

*Periodista y profesora de universidad