El presidente George Bush ha explicado a los norteamericanos lo que piensa hacer con Irak: conferir la soberanía a un Gobierno provisional; colaborar con ese Gobierno para mantener la seguridad; reconstruir las infraestructuras del país; recuperar la participación de las Naciones Unidas en esa transición, y convocar elecciones libres a principios del 2005.

Se trata de una lista muy genérica de buenos propósitos, con un problema: se refiere a un Irak imaginario, distinto del país real en el que británicos y norteamericanos son hostigados a diario, cuyo principal oleoducto acaba de ser dinamitado, en el que más de 1.200 iraquís han perdido la vida en mes y medio, y donde el 20% de la inversión se destina a proteger a los empleados de las empresas que trabajan allí. Seguramente, en Washington han pensado que la realidad no debía estropear un buen discurso.

Aunque Bush tiene muchos problemas en Irak, el que más le preocupa lo tiene en casa. En un año electoral, su credibilidad no deja de descender.

HACE SEIS MESES, el 75% de los norteamericanos aprobaban la gestión del presidente: hoy, ese respaldo apenas alcanza el 45%, y los sondeos de opinión para las elecciones presidenciales de noviembre le sitúan por debajo de la intención de voto del candidato demócrata, John Kerry. ¿Por qué?

Bush ha perdido credibilidad porque en su equipo nadie asume responsabilidades ni por los errores del pasado ni por las decisiones del presente. La Casa Blanca quiere despachar el escándalo derivado de la divulgación de las fotografías de las torturas a los prisioneros iraquís con el procesamiento de siete soldados, pero se desentiende de las evidencias que indican que los tratos inhumanos y degradantes empezaron hace dos años en Afganistán, siguieron en Guantánamo, y se repitieron en Irak, donde fueron denunciados hace muchos meses. Esos soldados hicieron probablemente lo que pensaron que se esperaba de ellos en una guerra que el propio presidente Bush había descrito como "larga y sucia". En lugar de asumir su responsabilidad, Bush propone un exorcismo: demoler la prisión de Abú Graib. Es tanto como querer castigar el adulterio quemando la cama en la que fue consumado.

EL PRESIDENTE ha perdido también credibilidad porque promete cosas que no puede cumplir. ¿Reconstrucción de Irak y elecciones libres? Primero tendrá que lograr la paz. ¿Más tropas? Deberá convencer al Congreso. ¿Consenso internacional?

Ahora quiere involucrar a la ONU, pero debería empezar disculpándose por haber prescindido de ella al iniciar las hostilidades hace 14 meses, y seguidamente, explicar si la quiere para algo más que como convidado de piedra.

El consenso no parece fácil, porque los futuros socios hacen preguntas difíciles de responder. ¿Quién va a controlar a partir de ahora la fuerza multinacional, Washington o la ONU? ¿Qué autoridad va a tener sobre ella el nuevo Gobierno iraquí, si es que va a tener alguna? ¿Alcanzará la flamante soberanía que se va a transferir a los iraquís para que éstos, si así lo desean, ratifiquen el Estatuto de Roma sometiendo con ello su territorio a la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional? La pregunta del millón ha sido formulada por el canciller Schröder: ¿incluirá esa soberanía la libre disposición de su petróleo por parte de los iraquís?

COMO PUEDEverse, el discurso de Bush ha suscitado más preguntas que respuestas. De momento, la permanencia en Irak de un verdadero Ejército de 20.000 mercenarios privados, eufemísticamente llamados "contratistas", y la designación del nuevo hombre fuerte norteamericano --el embajador John Negroponte, que se hizo célebre hace 20 años por sus relaciones con los paramilitares de Centroamérica-- no permiten albergar muchas esperanzas.

Es necesario y urgente encontrar soluciones para Irak, pero éstas sólo vendrán de un mayor protagonismo, real y efectivo, de la comunidad internacional. El Gobierno norteamericano tendrá que empezar por rectificar sus errores, aceptar que depende de los demás para encontrar la solución, y ceder parte del problema y de las decisiones; sobre todo, debe entender que tiene que contar con los iraquís, y pensar más en ellos y menos en los norteamericanos y en las elecciones de noviembre.

*Fiscal anticorrupción y profesor visitante de la Universidad de San Francisco