Es fácil encontrar antecedentes a la inquina contra la actual ministra de Igualdad. Sus nombres resultan conocidos incluso para aquellos que todavía no tenían uso de razón cuando fueron ministras Leire Pajín o Bibiana Aído. La severidad con la que fueron juzgadas en su gestión, casi antes de haberla comenzado, no encuentra comparación con ningún otro compañero de gabinete. Recuerdo las chanzas sobre el entonces ministro de Exteriores, Fernando Morán, artífice del Tratado de Adhesión de España a la Unión Europea, pero se hacían con afecto hacía lo que nos parecía entonces su avanzada edad o sus despistes. Atributos identificables a una figura intelectual y que no ponían trabas a su labor como gestor público.

Pero ser mujer, joven y sin árbol genealógico poderoso es un pecado original que no lo borra ni un bautismo político triunfante, ni que decir tiene si es mediocre, como el de tantos colegas. Irene Montero es una eficaz parlamentaria en su defensa de los derechos reales de las mujeres o de la política de los cuidados, mantiene con firmeza el pulso en las réplicas con las portavoces de los grupos parlamentarios de centro y extrema derecha. Pero es atacada sistemáticamente por el proceso de selección que su partido soberanamente decidió para proponer su candidatura, será siempre la señora de, y en ninguna ocasión, las referencias al vicepresidente Iglesias se hacen como pareja de. Se critica su lenguaje coloquial con los miembros de su departamento, a los que se descalifica como pandilla, porque claro, es el único ministerio en que existen cargos de confianza desde la Constitución del 78. Las conversaciones telefónicas de algunos líderes políticos de este país, algunas con trasfondo delictivo, nos parecen menos sonrojantes.

Cierto es que la peculiar política comunicativa de Podemos nos sigue sorprendiendo a aquellos que estábamos acostumbrados a un tratamiento institucional más tradicional, pero los dardos a esta mujer se dirigen sobre todo por su relación personal, y nunca apuntan a su pareja por esa misma condición. El debate entre género y sexo reabierto con el proyecto de ley de libertad sexual, ha vuelto a despertar las iras de algunos movimientos feministas históricos contra la visión de igualdad del partido morado, tildándole de sectita.

No puede ser tan difícil conjugar las tradicionales reivindicaciones en este asunto con las que plantean los nuevos movimientos igualitarios que están demostrando mayor capacidad de movilización entre la población más joven. La competencia, a veces, en lugar de despertar el ingenio, escuece.