Ocurrió el otro día: una señora iba a cruzar el carril de subida en la parte alta de Sagasta. El semáforo estaba en rojo para los peatones. Pero ella vio que no venían coches y se lanzó a la calzada. ¡Ah!, no contaba con la existencia del carril bici, donde se circula en ambos sentidos. La atropelló un chico joven que bajaba a buena velocidad (para tratarse de un velocípedo), aunque cumpliendo escrupulosamente las normas. No pasó nada serio. Eso sí, inmediatamente gran parte de los testigos lamentaron en voz alta «lo mal que está esto». ¿Mal? ¿Qué estaba mal? Ninguna otra cosa que no fuese la infracción por parte de la mujer accidentada. Suya y solo suya fue la responsabilidad de lo ocurrido. Y es que los viandantes son (somos) el componente del tráfico urbano que menos respeta el Código de la Circulación.

Un simple vistazo a las redes sociales o a los comentarios (casi siempre anónimos) que recogen las ediciones digitales de los medios permite captar un ecosistema viciado, donde nadie quiere asumir responsabilidad alguna. Las/os políticas/os, los jueces, las oenegés, las/os periodistas, la bicis, el clima, la tele, los diarios, la profesora del chico, el médico... todos conspiran, al parecer, para hacernos la vida imposible. Ellos tienen la culpa de lo que pasa. Los cargos públicos han sido reducidos a la condición de chivos expiatorios sobre los cuales muchas personas habitualmente mal informadas vierten a diario las peores críticas, cuando no terribles y gratuitos insultos.

Lo he dicho otras veces: gentes que nunca cotizaron a partido o sindicato, que no están organizadas ni asociadas, que jamás asumieron compromiso alguno, que desprecian el civismo, que llaman buenismo a la solidaridad, que exigen a los demás el cumplimiento de reglas que ellas se saltan a la torera, que se aferran a los argumentarios más simples sin dejar margen al diálogo civilizado... todas esas personas, digo, profesan la irresponsabilidad más absoluta. Aunque luego, a pie de barra en cualquier bar, exijan a otros el más absoluto compromiso. Así nos va.