Me he pasado tantos años oyendo y leyendo sobre la influencia de los ingleses en la isla de Menorca que este verano, al hacer un viaje de ida y vuelta de cuatro días a Londres desde Menorca, me propuse ver si encontraba algún rasgo común en ambas culturas. Los ingleses gobernaron la isla solo 70 años, repartidos en tres periodos del siglo XVIII, como parte de las trifulcas y los repartos territoriales de la Guerra de Sucesión. Es evidente que no es por la duración en el tiempo que esta ocupación está tan presente, sino por el impacto social que tuvo en la arquitectura, la Administración, las infraestructuras, el lenguaje y la gastronomía todavía visibles hoy. Esquivando mi alergia a las generalizaciones, he anotado algunas observaciones. ¿Es posible que ingleses y menorquines den la impresión de tener firmes los pies en el suelo precisamente porque son conscientes de que lo que les rodea es líquido? Resulta gracioso el tono con que los ingleses hablan de the Continent. ¿Quién está aislado de quién? En Menorca todo lo que viene de «la Península» es caro y complicado. La autarquía se impone.

¿Podemos atribuir a los menorquines cierta flema británica al aceptar las cosas tal y como vienen, sobre todo por cómo la geografía física y la climatología obliga? ¿Sabían algo de todo esto los turistas de mi vuelo de vuelta a Menorca? ¿Qué tenía en la cabeza la señora inglesa de Benidorm que se quejaba de que había demasiados españoles? Un turismo responsable empieza por un turismo consciente. En la ida y en la vuelta.

*Editora