En Reykiavik es tan caro el alcohol que de noche toda la gente sale a la calle ya completamente borracha, tras beber en casa como personas civilizadas. Vas de bar en bar, pero no consume nadie. Entras en los pubs, bailas, te echas unas risas, pero no pides nada a los camareros. Yo estuve una semana en Islandia: una semana sin probar el alcohol. Como ya lo sabía de antemano, me mentalicé para pasar así siete días y lo conseguí como un profesional. Y menos mal que tenía una fuerza de voluntad a prueba de bombas. Algún iluso que pedía una cerveza (aparte de dejarse un pastón) contemplaba alucinado cómo la gente se la robaba delante de sus narices. Sí, así estaban las cosas. Y a ver quién le decía «devuelve lo que has robado» a los vikingos de dos metros que había por allí (o a las vikingas de metro noventa). Algunos garitos, en vista de que la gente no consumía, ponían precio para entrar, pero a esos locales no entré, claro. Por lo demás, Islandia es una maravilla de país, un paraíso natural digno de verse. Tiene de todo: glaciares, cascadas, volcanes, desiertos… Mención aparte merece el remanso de paz de la Laguna Azul, un balneario geotermal cuyas vaporosas aguas de un color azul turquesa imposible te consiguen embrujar. Y por otro lado de noche es fácil ver la aurora boreal, el espectáculo más hermoso del mundo, cortinas verdes que se corren en el cielo dejando ver el alma del universo (qué poeta estoy hecho). En definitiva, que si son abstemios o no les importa pasar unos días sin probar el alcohol, no lo duden, vayan a Islandia.

*Escritor y cuentacuentos