Los sindicatos italianos han salido a la calle para decir no a la reforma laboral de Matteo Renzi. Es el primer problema realmente serio al que el primer ministro tiene que hacer frente. Lo es por la preocupante situación económica de Italia, con tres recesiones en seis años, una producción industrial en caída y una predicción del crecimiento para el 2015 del 0,2%. Pero es también un problema para el primer ministro porque la mayor oposición a su reforma viene de su propio partido, el Democrático, y del sindicato afín, la CGIL. En Italia la tasa de paro es del 12,6%, menos de la mitad de la de España, pero el 43,3% de los parados son menores de 25 años. Ahí está el nudo de la cuestión. Los distintos gobiernos y los sindicatos siempre habían pactado muy buenas condiciones laborales. La crisis acabó este sistema y evidencia la gran división generacional que hay en el mercado laboral con la negativa a la reforma de los trabajadores de más edad, los que alimentan la afiliación sindical. Para aprobar la reforma, Renzi necesita los votos de su partido y ahora no los tiene todos. También necesita votos externos y en concreto los de Berlusconi y el magnate caído en desgracia puede tener otras prioridades.