Solo un visionario como Steve Jobs, o quizá ni él mismo, podía llegar a imaginar el 9 de enero del 2007 cuando dio a conocer el iPhone que su idea del smartphone, el teléfono inteligente, iba a alcanzar una dimensión casi equiparable a los grandes inventos de la humanidad. Cuanto menos es el producto de consumo más exitoso de la historia. El pasado jueves se cumplió 10 de la comercialización de un móvil que sorprendió a todo el mundo, sector de la telefonía incluido, en primer lugar por su elevado precio y también por no tener un teclado físico. Algo que ahora se ve como una antigualla. El iPhone marcó tendencia e inmediatamente se convirtió en un teléfono que creaba estatus. Con el tiempo se ha democratizado como demuestra el éxito de ventas antes referido. El iPhone triunfó porque añadió a un móvil -cada día menos usado para hacer llamadas en favor de la mensajería- la comunicación a través de internet y la reproducción de música digital. Luego pasó de forma progresiva a ser un aparato multiusos que, por ejemplo, ha dejado tocado de muerte al mundo de las cámaras fotográficas. El iPhone, en definitiva, nos ha cambiado la vida y nos la ha hecho más fácil en muchas facetas. Esas ventajas han tenido otras facturas más gravosas, por ejemplo la hiperconexión y la incomunicación que crea por las horas que pasamos enganchados a la pantallita.

La Italia política sigue montada en su particular tiovivo. Hace pocos meses el Movimiento 5 Estrellas (M5S) del cómico Beppe Grillo parecía que disputaría el primer puesto al Partido Democrático (PD) de Matteo Renzi en unas hipotéticas elecciones generales, mientras que Forza Italia, el grupo de Silvio Berlusconi, no conseguiría resucitar ni repetir el matrimonio de conveniencia con la xenófoba Liga Norte de Matteo Salvini. La rotunda elección de Renzi en las primarias de su partido a principios de abril auguraba la preeminencia del PD, mientras que el pésimo balance de la actuación de varios alcaldes del M5S, como el caso de Roma, devolvía a este movimiento a un lugar próximo a la casilla de salida. Pero esto ocurría hace dos meses. Siguiendo con la tradición suicida de la izquierda italiana, el PD vive una lucha fratricida dentro del propio partido y entre este y otras formaciones próximas o afines. El escollo se llama Renzi y su excesivo personalismo, que no admiten ni discusión ni pactos. Pero al mismo tiempo, si la izquierda sigue ocupando un espacio político importante es gracias a él. Mientras, la derecha se está recomponiendo. Salvini ha superado la barrera regional y ya no reivindica la Padania, y Berlusconi sigue estando vivo políticamente. Ambos han sido capaces de superar sus diferencias para volver a aliarse. Renzi debería ser la solución para sacar a Italia de la atonía económica, pero por ahora es el problema.