Tiene perfil de estatua griega, con esa cabeza noble, esa barba poblada de hombre recio y viril. Su nombre, Iván, tal vez sea la única mancha en su impecable expediente, por aquello de las resonancias soviéticas. Seguro que fue una boutade de sus padres, los Espinosa de los Monteros, gente de bien que lo más cerca que vio a un rojo en su vida fue a Felipe González en algún besamanos en el Palacio Real. Y es que no en vano, por cierto, un tío bisabuelo de Iván, Eugenio Espinosa de los Monteros, fue embajador de España en la Alemania de Hitler. Y de ahí para arriba. Pero no nos desviemos del tema. Iván, ese hombre, proviene de una familia de raigambre que vivió años de gloria durante el franquismo, y todavía más acá (papá fue el comisionado para la marca España con Rajoy). Por cierto, que Iván perfectamente podría haber vivido en 1950 (a veces pienso, de hecho, que eso es lo que ha pasado: que Iván viene del pasado, lo han descongelado y en el proceso le han frito un poco el cerebro). Iván se define como «hombre, español, cristiano, hetero, casado, padre de familia numerosa, patriota, capitalista, conservador, taurino, madridista y de Vox». Es la definición más redonda (un poco larga, vale, pero lo tiene todo) de un hombre de bien. Qué podría añadir yo. Iván cree que la izquierda española es sucia, mal vestida y con coleta. Hay que perdonárselo. La izquierda, el centro y la derecha moderada piensan que la ultraderecha que él representa es retrógrada, lleva náuticos y es muy peligrosa. Por eso es malo generalizar. Porque gente como Iván es única. Gracias a Dios, por cierto. H *Periodista