Un fantasma recorre España: Podemos. La crisis, el paro, los recortes, la corrupción y los desmanes del capitalismo, así como la incapacidad de la clase política progresista para hacerle frente, cuando no su sometimiento acrítico al mismo, han hecho posible el nacimiento y crecimiento, casi invisible al principio, del fenómeno Podemos. Pero su éxito tiene otro efecto, pues está forzando a que los partidos tradicionales de la izquierda se replanteen sus mensajes y liderazgos y sientan la necesidad de reinventarse.

Pero esta no es una tarea fácil. Los resultados de las elecciones europeas y las últimas encuestas publicadas, ponen de manifiesto que el panorama en la izquierda no para de cambiar. En este sentido, Podemos, como proyecto que ha sabido captar las expectativas de las verdaderas víctimas de la crisis, tiene ante sí un amplio margen de mejora. Cuanto más tiempo pase hasta la próxima cita electoral, más crecerá; el número de simpatizantes aumenta sin parar ante el desparpajo de sus líderes y la arrogancia de sus seguidores, que no dudan en hacer proselitismo allí donde se encuentran.

IZQUIERDA UNIDA (y CHA en Aragón) todavía no han comprendido que el avance de Podemos no es sino una muestra de que aunque su mensaje fuera el correcto, sus acciones, sus estrategias, sus líderes y las rémoras del pasado, no hacen sino alejarles de su público objetivo. Por mucho que puedan crecer tres o cinco puntos, el éxito de Podemos no es sino el reflejo de su fracaso. Más allá de sus proclamas, de haber estado posicionados en los movimientos sociales, en los barrios obreros y marginales, al lado de los trabajadores despedidos, junto a las familias que desahuciaban y radicalmente en contra de la corrupción, nunca hubieran dado la alternativa a una experiencia como la de Podemos.

Ante esta situación, para ser significativos en un futuro próximo, a estos dos partidos solo les queda el camino de aceptar que no son sino mediaciones para alcanzar un logro más elevado y que, por lo tanto, dan igual las siglas sobre las que se apoye este proyecto. Por ello se avecina su disolución en una nueva experiencia liderada por Podemos, en la que cedan el protagonismo, aunque no su esencia, como ya ocurrió con el PCE e IU.

Más difícil lo tiene el PSOE. La múltiple alma que le atraviesa, entre la izquierda y el centro y entre los nacionalistas, los federalistas y los españolistas, ha sido esencial para alcanzar consensos de gobierno desde la transición democrática. Pero esta pluralidad, convertida en los últimos años en indecisión y ambivalencia, está siendo mortal en este periodo de grandes incertidumbres y le ha granjeado un total descrédito entre los ciudadanos que se sienten de izquierdas, incluso entre amplios grupos de su base militante y electoral. Muestra de ello es que hoy, en muchos círculos, casi da rubor reconocer que se pertenece o se ha votado al PSOE.

Ante este panorama, Pedro Sánchez y su equipo tienen que actuar con mucha inteligencia. Creo que la batalla por la izquierda, entendida esta como la obtención de la representación de las clases más devastadas por la crisis, la tienen perdida. En un futuro cercano y, por lo menos, hasta dentro de dos o tres años, el partido socialista no podrá luchar en plano de igualdad con la izquierda liderada por Podemos, pues sus años de gobierno, especialmente los últimos de Zapatero, le han restado credibilidad. Manteniendo un discurso izquierdista que lo diferencie claramente del PP, los líderes del PSOE se esforzarán por anclarse en el paradigma del pacto, de la normalidad, del consenso y de la tranquilidad, de lo posible y de lo viable, tratando de echar a la otra izquierda al monte de lo radical y de la incertidumbre.

DURANTE esa travesía del desierto, que situará al PSOE entre dos aguas, las de la derecha clara, definida y con proyecto, y la de la izquierda envalentonada y creciente, al PSOE (al igual que al PP), le conviene que la crisis remita, que el empleo se recupere y que mejoren sustancialmente las condiciones de vida de las familias. Seguramente, su acierto en esta época de transición consistirá en situarse pacíficamente entre dos aguas en disputa permanente: lo que se encuentra a su derecha y lo que se encuentra a su izquierda. Sabiendo cuándo y dónde pactar con cada una de ellas. En gran parte, el futuro del PSOE estriba en que se sepa reconocer y reencontrar en ese nuevo papel que CiU y PNV en España y el PAR en Aragón tan bien han jugado en el pasado.

Si consigue superar esta fase será el momento para que el PSOE haga valer su siglo de existencia, y se presente, de nuevo, como una izquierda capaz de cambiar y modernizar la España de su época. Seguramente el capitalismo ya no será lo que es hoy, ni el Estado, ni el trabajo, ni la Constitución, pero siempre habrá un lugar para el cambio progresista, tranquilo y consensuado.

Sociólogo