Ha sido una constante histórica que los acontecimientos políticos de Francia repercutan no solo en el continente europeo, sino también a nivel mundial. Sirvan de los ejemplos: la revolución de 1789, la Comuna de 1871 o mayo del 68…

Por ello, las próximas elecciones presidenciales de Francia son tan importantes. Según todos los indicios, en la última votación, la definitiva, del 7 de mayo para acceder a la presidencia de la República se enfrentarán la ultraderechista Marine Le Pen con el exministro de Economía de Hollande, Emmanuel Macron. No obstante, teniendo en cuenta la extraordinaria volatilidad de la opinión pública, podrían producirse algún cambio. Fillon, el candidato de la derecha, el que al principio estaba mejor situado, por el asunto del Penelopegate, el escándalo de los empleos ficticios para su mujer e hijos, está descartado. Es posible que Benoit Hamon del PS con una intención de voto del 16% se una con Jean Luc Mélenchon de la Francia Insumisa con el 11%, y así aquel desbancaría a Macron en la segunda vuelta, ya que este hoy tiene solo un apoyo del 24%. No obstante, me fijaré en un aspecto común, de los dos más que posibles candidatos para la final.

Marine Le Pen afirma con contundencia que su programa no es «ni de izquierdas ni de derechas», lo fundamental es entre «patriotas y mundialistas». Macron reivindica sin ambages que su programa es, a la vez, «de izquierda y de derecha». No deja de ser paradójico que precisamente en el país donde surgieron los términos ideológicos de izquierda y derecha, según el lugar que los diputados ocupaban en la Asamblea Nacional en 1789, los dos más que probables candidatos alardeen y consideren su mayor bagaje político para llegar al Eliseo esa indefinición ideológica.

Lo que hay detrás de esta indefinición, en definitiva, es una «expulsión de la política» para ocupar su lugar la tecnocracia. Se ha producido un vaciado de la democracia. Gobiernan los tecnócratas, a quienes se les ha encomendado la tarea de dirigir la economía controlando la inflación y atenuando los altibajos de los ciclos económicos. Su independencia es total para librarse de las interferencias de los políticos, prestos a echarlo todo a perder por una visión cortoplacista de las campañas electorales. Mas, si dejamos la política en manos de un grupo reducido de expertos, no sabremos cómo quitársela de las manos cuando la necesitemos. Necesitamos más política y dentro ella una reivindicación de la izquierda.

En su libro Posizquierda ¿Qué queda de la política en el mundo globalizado? Marco Revelli nos indica que el siglo XX terminó con una fuga desordenada de las afiliaciones políticas básicas, del binomio derecha/izquierda, que habían caracterizado las democracias occidentales. Tal aspecto podría entenderse como una crisis sistémica en el ámbito político. Asímismo, lo más llamativo es que las distancias políticas entre derecha e izquierda se van reduciendo en el imaginario colectivo, hasta perder su significado, cuando las desigualdades a nivel global se están intensificando. Incluso se está extendiendo como un mantra que la atenuación de contrastes entre derecha e izquierda, es una muestra de madurez política. Que digan esto, no impide el constatar que esta política sin referentes, guiada sólo por el pragmatismo, es profundamente caótica.

José Antonio Pérez Tapias en el prefacio del mismo libro hace una reflexión política sobre el futuro de la izquierda y reivindica la necesidad imperiosa de su permanencia y más hoy, pero hace falta una reafirmación de su identidad actualmente perdida. La izquierda es «conocimiento racional» para desplegar una visión crítica de la realidad social y, tras ella, erigir alternativas frente a lo criticado. Es un «punto de vista moral», desde el que se asume el compromiso de una opción ética, políticamente impregnada de los objetivos de justicia, de libertad, de igualdad para conseguir una sociedad a la altura de la dignidad humana. Es una «voluntad de compromiso», capaz de articularse en formas de participación política y organización democrática como vías imprescindibles para la transformación social necesaria, alentando el protagonismo de ciudadanos/as que se involucran en sus propios procesos de emancipación y de reconstrucción solidaria de la realidad social. Es una «posición política», contrapuesta a las posiciones de las derechas, desde la que sostener proyectos y programas alternativos a las políticas neoliberales y conservadoras. Es una «intención utópica» para transformar la rebeldía en potencial de cambio teniendo a la vista lo aún no logrado y, en ese sentido, intención capaz de movilizar la esperanza desde un imprescindible bagaje de memoria histórica.

Con estos ingredientes y tomando en serio lo que ha de ser una democracia inclusiva, incorporando el feminismo, replanteando modelos ecológicos de desarrollo, acentuando las exigencias de laicidad, recuperando la conciencia republicana y, por supuesto, relanzando lo que puede ser un proyecto socialista reformulado para el mundo globalizado en el que estamos, tenemos el perfil de una izquierda identificable. H *Profesor de instituto