Corría el año del Señor de 1993 cuando J.J. cogió los mandos. En esta tierra de garbanzos andaban las cosas más bien confusas y un argentino dicharachero, cuyo apellido invitaba a los juegos de palabras, incurrió en amistades peligrosas. El centro del asunto, por así decirlo, estaba en Figueruelas y el radio no era muy extenso. El tal asunto, la verdad, era un secreto a voces entre los enterados pero aquí tenemos la sana costumbre de mirar por las instituciones, y OPEL es algo más que una industria.

Once años, oiga, y desde ese momento no hubo palabra más alta que otra. Vinieron días de suave bonanza y días en los que hubo que tentarse la ropa, pero nunca le vi perder la risa fácil, la palabra campechana y la discreción de quien manda la nave capitana. Ni siquiera oí una descalificación de los sindicatos hacia la labor de J.J. La factoría que ha dirigido durante más de una década es la perla de General Motors en Europa contra viento y marea. Y eso no sólo es mérito del capitán sino de toda la tripulación, pero algo habrá que reconocerle.

Se jubila o le jubilan, ni lo sé ni me importa. J.J. (Juan José Sanz) deja una obra que cualquier aragonés sensato debe agradecer. Espero que la jubilación sea momentánea porque los viejos moteros no se jubilan. Si me equivoco, lleva a tu mujer a ese viaje de novios al que nunca pudiste llevarla. Y, si no me equivoco, ojalá te quedes aquí. Desearle suerte a tu sucesor es desearla para todos. Suerte a él y hasta siempre, J.J.

*Periodista