Venezuela ha sido la ocasión para la reaparición en escena de los jarrones chinos. En realidad nunca salieron del escenario porque es tal su adicción al primer plano que parecen estar al quite para convocar a las cámaras, ofrecerse a las emisoras o aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid, para hacernos saber a toda la ciudadanía su excelsa opinión. Se ven imprescindibles, como si el país estuviera huérfano desde que abandonaron su alta magistratura para dedicarse a ganar dinero en empresas públicas privatizadas, haciendo negocios más que raros u ofreciéndose a dar conferencias, dicen que a 30.000 euros, si encuentran a la generosa institución afín que se los pague. Pero siempre hallan el momento para sacrificarse y compartir su pensamiento con los pobres mortales y, de paso, condicionar la posición de sus partidos por encima de los actuales órganos de dirección. Pudiendo ofrecer su asesoramiento en privado, como un militante más, con el peso de su experiencia acumulada, desde el agradecimiento al partido que les ha solucionado la vida, (y muy bien solucionada por cierto), desde la lealtad exigible a cualquier militante, hacen lo contrario. Como el gallo en su corral, cacarean y cacarean no sé si gratis o a comisión. Y los jactanciosos gallos aunque no lo sepan, para muchos entre los que me cuento, cayeron ya hace décadas, en la irrelevancia adornada de una inmensa fatuidad, en algún caso en lo más profundo del saco de lo peor de la historia, y en otros en la siempre reprobable incoherencia. Estos gallos cantan cada vez peor y a destiempo.

*Profesor de universidad