El pasado domingo 15 de octubre, como cada año desde hace 66, la editorial Planeta entregó el segundo premio literario mejor dotado del mundo, tras el Nobel, en el curso de una cena de gala en Barcelona. Dado el gravísimo momento político que atraviesa Cataluña, esta fue la edición que contó con la menor presencia de autoridades que se recuerda, apenas la presidenta del Congreso y un consejero de la Generalitat. No importó para nada, porque ganó Javier Sierra, periodista y escritor aragonés que ejerce de turolense allá donde va.

Sierra es uno de los autores que más libros ha vendido en lo que va de siglo, y el segundo escritor español en colocar uno de los suyos, La cena secreta, en la lista de los diez más vendidos del diario New York Times; el primero fue Vicente Blasco Ibáñez, hace ya cien años. Sus novelas, siempre llenas de misterios y enigmas, han atrapado a millones de lectores en todo el mundo, y lo seguirán haciendo, porque Javier sabe observar más allá de lo obvio, con su mirada curiosa y su afán por conocer. Era sólo un niño de diez años cuando en su Teruel natal ya soñaba con contar historias; incluso llegó a escribir él solito un periódico a mano, que conserva, fruto de una inquietud que nunca lo ha abandonado y que lo ha convertido en un incansable buscador de arcanos y un revelador de secretos.

Además, Javier es un hombre extraordinario. Pese a su fama y a su popularidad, que aumentará más si cabe ahora, siempre se muestra cercano y afable, sencillo y entrañable.

En este universo literario, donde hay tantas estrellas fugaces y donde la egolatría suele ser norma habitual de conducta en unos cuantos, Javier se comporta con una ejemplar elegancia y una educación exquisita.

Hace ya algunos años que me honra con su amistad, he participado con él en numerosos actos literarios y he compartido muchas horas de tertulia y conversación, y jamás le he escuchado una mala palabra contra nadie, ni un gesto hosco ni una crítica destructiva hacia un colega.

La noche que ganó el premio Planeta le di un gran abrazo y me alegré mucho por su nuevo éxito. Él estaba tranquilo y contento, sereno y feliz, y me ratifiqué en lo que ya sabía: que por muchos triunfos que logre y muchos reconocimientos que reciba, Javier Sierra mantendrá los pies en el suelo, la cabeza equilibrada y el corazón generoso.

En unos días estará en la calle la novela premiada; se llama El fuego invisible, y será un gran éxito de ventas y de lectores. Pero Javier seguirá siendo el mismo: un tipo excepcional.

*Escritor e historiador