España sigue siendo diferente. Y en cierto sentido, patética. Escuchar a todo un exjefe de los Servicios Secretos reconociendo que se enteró por la televisión de la aparición de la furgoneta en la que los asesinos del 11-M transportaron los explosivos con los que segaron la vida a 192 personas, resulta desolador. No quisiera ser cruel con Jorge Dezcallar, director del CNI cuando ocurrieron los atentados. Estoy pensando, también, en quienes desde su responsabilidad en el Gobierno anterior nos habían vendido una y otra vez la idea de que nunca España había conocido una mayor coordinación y eficacia policial. Si rescatáramos de los archivos de cualquier emisora las decenas de declaraciones de los exministros del Interior Acebes, Mayor Oreja o Rajoy, proclamando eso no podríamos evitar el rubor que acompaña al sentimiento de vergüenza ajena. Ocho años de tralla en la misma dirección y luego, el día en el que una camada de asesinos perpetran el mayor atentado de la Historia de España resulta que el jefe del CNI ni siquiera es convocado por el presidente del Gobierno (Aznar) para formar parte del Gabinete de Crisis. Quizá porque el Centro había estado in albis a lo largo de los meses en los que se fraguó el monstruoso crimen; quizá porque de haber participado Dezcallar en las reuniones de La Moncloa, a ojos de la opinión pública, podría haber nacido la duda de si la autoría de los atentados --achacada desde el primer momento de manera interesada a ETA-- podría admitir alguna otra hipótesis. Por ejemplo: la mano criminal del terrorismo islamista.

Ignoro qué planes tiene el nuevo director del CNI para revitalizar el Centro . Los ministros Bono (Defensa) y Alonso (Interior) pasarán a los libros de Historia si consiguen que todos los funcionarios implicados se decidan a remar en la misma dirección. ¡Háganlo por el bien de España! Y también para evitarnos a los restantes españoles el bochorno que supone saber que el jefe de los espías se entera por la televisión de lo que hacen los malos.

*Periodista