En Tolva se habla catalán. Hay quien dice eso. Otros afinan más culto y detallan que es catalán pero occidental. Será por eso que cuando sintonizas TV3 el oído difiere del soniquete barceloní. A algunos le sale explicar que parlan el chapurreau, aunque a otros eso les suena a burla. A mí me gusta cuando sentencian firmemente que en Tolva se habla «lo de aquí». Con orgullo.

Lo que me molesta es que cuando entro en la conversación me cambien al castellano. Lo agradezco para no hacer el esfuerzo de la traducción en mi cascado cerebelo y me joribia porque así no aprendo, que es lo que quiero, ir engarzando palabras al vuelo en mi diccionario mental. Aunque luego me sale un cachivache entre italiano, tolvense, malaguita y userano.

Si te pones a caminar hacia el oeste van variando los hablares. Las fronteras lingüísticas se diluyen. Que si el grausino, que si el baixo ribagorzano. Arriba el patués. Abajo el foncense. En las montañas del Sobrarbe está el chistabín, que tan bien defienden en el bello Chistau, y el belsetán de Bielsa. Y hasta llegar a La Jacetania tienen lo suyo. De unas a otras se baten los matices, muchos ligeros, palabras que giran en una letra, variantes resistentes como sus gentes, por el aislamiento centenario entre vall y bal y pese al descuido de los gobernantes. Al final es todo latín degradado, como me dijo un sabio veinteañero de Tarazona, profesor de aragonés por La Ribagorza.

Estas lenguas se dice están en extinción y es verdad porque cada vez menos gente las habla, las protege y, peor, las enseña. No se defienden desde las instituciones por la falsa creencia que las lenguas de Aragón de poco sirven o que su uso promulga nacionalismo, como vascos y catalanes.

Enterrándolas en el olvido, llamándolas como una choni de Orcasitas, la Jeni, la Pao o la Pascuala, queriendo obviar el pasado, ese legado de siglos y siglos. Es cateto reducir la rica herencia del aragonés a unos palabros insertados en el diccionario de la RAE o a una forma de decir el castellano en Aragón. O negar que en esta tierra se parla catalán, chapurreau o «lo de aquí».

Porque en las lenguas reposa la cultura popular, la tradición, la vida de los antepasados, la sabiduría, la relación con el entorno, el lazo social, la historia. Dejarlas morir, ninguneándolas, no ayudando a su conservación, es un fracaso buscado o de tremenda falta de inteligencia. Más desde cargos que deberían defenderlas como propias, como si las hablaran, que hasta quizá deberían. Porque a ese, cuando llegara a cualquier masía perdida, sus habitantes harían por entenderse. No serían tan sectarios como son ellos con lo suyo. Sin respeto.